Santificación es otro término de santidad (ser santo),

 pero ciertamente, no nos volvemos santos de la noche a la mañana.

De hecho, algo drástico tiene que ocurrir en nosotros para cambiar lo que somos por naturaleza,

a lo que se le llama ser santo, así como Él es santo. (1 Pedro 1:15-16)

Es necesario una transformación radical. Esta transformación es un proceso continuo y de toda la vida.

A este proceso se le llama santificación.

Las Escrituras dejan en claro que la santificación es vital para el desarrollo de la vida de un cristiano,

​y no cabe duda que Dios anhela que nosotros tomemos parte de ella,

como nos dice en Hebreos 12:14, "Procuren estar en paz con todos y progresen en la santidad,

pues sin ella  nadie verá al Señor."


​La vida de un cristiano comienza con la reconciliación.

Si nos arrepentimos de verdad por los pecados que hemos cometido, Dios nos perdona por causa de Jesús.

Aun asi,descubrimos que seguimos siendo tentados a pecar, pero es justamente ahí donde tengo que

luchar para vencer la tentación. Por el poder del Espíritu Santo y fidelidad en esa lucha, podemos llegar

a una vida en completa victoria sobre todo pecado consciente – esto es, victoria sobre los pensamientos,

las actitudes y acciones que sabemos que están mal en el momento de tentación.

Leémos en Romanos 6:22: "Ahora, en cambio,siendo libres del pecado y sirviendo a Dios,

trabajan para su propia santificación,y al final está la vida eterna"


T​odo fruto crece de una semilla, y para que el "fruto de santidad" crezca, la semilla de nuestra propia vida

– nuestra propia voluntad – tiene que ser sembrada, y luego morir.

 "En verdad les digo, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere,

da mucho fruto." Juan 12:24.

El apóstol Pablo hace una fuerte y clara declaración en Gálatas 2:20: "He sido crucificado con Cristo,

y ahora  no vivo yo, es Cristo quien vive en mí; Todo lo que vivo en lo humano, lo vivo con la fe

en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí." 



Nosotros,los cristianos católicos, contamos con muchos medios que nos van a ayudar

en el camino  de la santificacion y la salvacion de nuestras almas.

Dios puede hacer milagros, aunque no pongamos los medios. Pero, de ordinario quiere que nosotros

pongamos nuestra parte, nuestro uno por ciento. Él pondrá el noventa y nueve por ciento.

 Por tanto, la santidad es obra de Dios con nuestra ayuda y colaboración.

          Señalaremos unos medios intrínsecos, aquellos que cada uno tiene que aplicar;

y medios extrínsecos, aquellos que requieren la participación de otras personas.



 MEDIOS INTRÍNSECOS

La oración





            Es la elevación de nuestra alma a Dios, para alabarle, agradecerle y pedirle gracias para ser mejore
s

para su mayor gloria. Esta elevación se llama coloquio.

    
        Hay dos tipos de oración:

Mental o meditación
: conversación interior con Dios.

En esta oración hay que llevar todo lo que somos y tenemos (alegrías, tristezas, proyectos, penas),

llevar mi mente, mi corazón y mi voluntad. Lo que hay que hacer es: ponerse en presencia de Dios

y preguntarle qué quiere de nosotros. Después, abrimos los santos evangelios y leemos detenidamente

un párrafo haciéndonos estas preguntas: ¿Qué dice Jesús aquí? ¿Qué me dice a mí en particular?

¿Qué le respondo hoy yo a Cristo? Termino la oración mental con un propósito, con una resolución

concreta para ese día. Lo importante en la oración no es la sensiblería o el emocionalismo, sino

las decisiones de la voluntad. La oración mental o meditación debe siempre terminar con cambios

profundos en nuestra vida, con la conversión de tal o cual aspecto de mi vida que no está de acuerdo

con la ley de Dios.

A la oración vamos a meter nuestra voluntad en la fragua ardiente de Dios

y salimos con nuestra voluntad identificada y conformada a la de Dios.


Vocal: se expresa por medio de palabras o gestos. Empleamos nuestra voz, boca y labios

para cantar las alabanzas de Dios. Se ayuda uno con devocionarios, oraciones escritas.

  Aquí entrarían el padrenuestro, el avemaría, la salve, el credo, el gloria, la oración al ángel de la guarda,

y demás oraciones que aprendimos de niños.


Lectio Divina:que sigue estos pasos: ¿Qué dice ese texto? ¿Qué me dice ese texto a mí?

¿Qué me hace decir ese texto a Dios? Hasta llegar –por la gracia de Dios que me invade y contemplo-

a una transformación de todo mi ser, teniendo el mismo pensar, sentir y querer de Dios.

 
            Son hermosos los frutos que obtenemos con la oración:

nos vamos desapegando de las criaturas y de las cosas de aquí abajo, nos vamos uniendo

cada vez más con Dios, tratando de hacer del día y del trabajo una oración constante,

por medio del ofrecimiento a Dios de cuanto hacemos; nos vamos transformando poco a poco en Él.



 

Los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía










            Buscamos la santidad en nuestra vida. Sin sacramentos sería imposible.

Los sacramentos nos dan vigor y fuerza para subir la montaña de la santidad.

Los sacramentos son como esos refugios donde los alpinistas renuevan y reponen sus energías,

se curan, descansan y comen, para después seguir subiendo hasta la cima.

Si no hicieran esto, se desmayarían en el camino.

En el sacramento de la Eucaristía nos unimos a Cristo, y Él nos alimenta, nos quita los pecados veniales, forma el carácter, nos santifica. Los efectos de la Eucaristía son análogos a los del manjar material:

sostiene, aumenta y repara nuestras fuerzas espirituales, causando en nosotros un gozo que, si no siempre

es sensible, siempre es real. El manjar que se nos da es el mismo Jesucristo todo entero, con su cuerpo,

su sangre, su alma y su divinidad. Se une a nosotros para transformarnos en Él. Ya sabemos

las disposiciones interiores para poder comulgar: estar en gracia y amistad con Dios, fe para saber

a quién recibimos, estar en ayunas una hora antes y decoro y respeto en nuestro vestir.

En el sacramento de la Confesión, Dios nos limpia, nos renueva, nos libra del pecado, nos reviste

de su fuerza y nos ilumina. La Confesión es el encuentro con Dios, rico en misericordia, que nos abraza,

nos levanta, nos perdona, nos alienta. Ya sabemos los pasos para la confesión: examen de conciencia,

dolor de los pecados, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia.

Y la materia que debemos llevar a la confesión son nuestros pecados en el cumplimiento

de los mandamientos de Dios[2].

 

El sacrificio

            Es verdad que la vida espiritual no debe consistir en quitar defectos, en auto-castigarse,

sino en desarrollar el verdadero amor a Dios y al prójimo. Pero esta visión positiva de la vida espiritual

no significa que no haya que sacrificarse. El camino del amor es exigente, sobre todo porque se opone directamente al camino de nuestro egoísmo. La identificación con Dios coincide con el abandono

del apego a nosotros mismos, de nuestro egoísmo. Es natural entonces que haya que sacrificarse.

Sacrificar el juicio severo, la pasión de la venganza o del orgullo herido, la pereza cómoda y tantas

otras cosas malas que anidan en nuestro corazón, y que nos impiden llegar a la santidad.

            San Juan de la Cruz dice: “Quien busca a Dios queriendo continuar con sus gustos, lo busca

de noche y, de noche, no lo encontrará” (Cántico espiritual 3,3).

            No hay que buscar sacrificios raros. Ya la vida diaria nos ofrece sacrificios que cuestan,

y esos son los que debemos aprovechar para santificarnos: sonreír a alguien que nos cuesta,

perdonar pequeños o grandes agravios, tener paciencia con el prójimo, no quejarnos de la comida, levantarnos temprano, llegar puntual a nuestros trabajos diarios, no protestar ante cosas que

nos desagradan, controlar nuestros ojos al salir a la calle, controlar la lengua para no criticar

tan fácilmente de los otros, ayudar en los trabajos de nuestra casa para no dejar todo a nuestra madre,

cumplir con nuestras tareas del colegio. Y así, muchas cosas más. Lo que nos cuesta, si lo ofrecemos

a Dios, puede ser una maravillosa oportunidad para crecer en la santidad.

            El sacrificio tiene sus ventajas: es medicina para nuestras tendencias desordenadas;

es reparación de nuestros pecados; es medio maravilloso para colaborar con Cristo

en la obra de la redención.

 

El apostolado

            Es un medio importantísimo para la propia santificación. Sólo cuando somos capaces

de entregar a los demás lo que profesamos con los labios y el corazón, podemos decir que

estamos realmente identificados con Cristo.

El apostolado es ser apóstol, predicar el evangelio y confirmarlo con el testimonio de la caridad.

            El apostolado debe ser concreto y con resultados concretos. Tiene que ser una aportación exigente

que ayude a una necesidad de la Iglesia, sea necesidad material (trabajar en comedores para pobre

s y necesitados; construir oratorios para la sana recreación de niños, adolescentes y jóvenes),

o también necesidad espiritual, como puede ser: dar catequesis, hacer misiones de evangelización,

predicar en radios y en televisión, llevar adelante clubes de formación, etc.

            El apostolado enseña a luchar y sufrir por Cristo y la salvación de los hombres, nuestros hermanos. Enseña a ver cuánto es dura la resistencia y oposición a la gracia por parte del egoísmo del hombre

y también a apreciar la obra maravillosa del Espíritu Santo en el alma de cada hombre.

Enseña a comprender un poco más la cruz del Salvador y a identificarse con su amor maravilloso,

gratuito y generoso.

            El apostolado enseña a desprendernos de nosotros mismos, a tener que superarnos,

hacer a un lado nuestros intereses, nuestros puntos de vista y manera de ser, a limar nuestros defectos,

para encontrarnos realmente con los demás. La actividad apostólica acelera los progresos

en la vida cristiana.

            El primer apostolado se realiza, sin duda, en el propio ambiente: en la familia, en la escuela

y en el trabajo. Pero también se puede encontrar tiempo para realizar compromisos apostólicos

que abarquen a más personas y grupos.

            Hay diversos tipos de apostolado, como ya apuntamos brevemente antes: apostolado

de la catequesis, de la caridad solidaria, misiones, medios de comunicación social, la enseñanza, etc...

 

II.        MEDIOS EXTRÍNSECOS

La dirección espiritual

            Es un diálogo formal y periódico con un sacerdote o con una persona de confianza, avanzada

en la vida del espíritu y designada para esta tarea, con el fin de buscar y descubrir la voluntad

de Dios para la propia vida.

            No es un refugio para consolarse y contar las propias penas y tampoco es la sede adecuada

para entablar discusiones doctrinales.

            En la dirección hay tres agentes: el director espiritual, el dirigido y el Espíritu Santo,

quien debe ser el verdadero protagonista. Tanto el director como el dirigido buscan y están a la escucha

del Espíritu Santo para encontrar la voluntad de Dios.

            El director espiritual procede en todo con gran respeto a la persona que acude al coloquio,

sabiendo que hay progreso espiritual solamente en la libre aceptación de la voluntad de Dios

y en el discernimiento maduro y responsable. El director, en ocasiones, cuando haya contradicciones,

ilustra lo que está de parte de Dios, motiva a abrirse a Él y siempre respeta la libre voluntad de la persona.

En otras ocasiones ayuda al dirigido a descubrir él mismo, siempre a la luz del Espíritu Santo,

la voluntad de Dios sobre su vida, ampliando horizontes, preguntando oportunamente, etc.

Sólo así el dirigido podrá hacer él mismo su discernimiento propio y sereno.

            Conviene que la dirección espiritual tenga como base un programa de vida redactado por el dirigido,

en el cual se expresen los puntos principales del trabajo espiritual de la persona y los medios

más importantes que va a aplicar. Al final de la dirección es conveniente sintetizar unos propósitos

concretos, recalcando los puntos principales del trabajo espiritual que se está llevando.

            Es importante que la dirección se realice en un clima de formalidad: es decir, en un lugar

adecuado, con cita y preparación previa de parte de quien acude. Todo esto ayuda a la intencionalidad

y a darse cuenta de que es un evento en el cual Dios actúa de modo especial. Ayuda a formular

propósitos concretos y a tomar en serio los frutos de la dirección espiritual. Cuanto más se banaliza

el encuentro, tanto menos atención y fruto procurará. Todo esto no quita la cordialidad,

la alegría y amistad, sino que incluso las acrecienta y ennoblece.

            Llevada así la dirección espiritual es un medio maravilloso para discernir y encontrar

la voluntad de Dios para cada uno; y si ya la hemos encontrado, un medio excelente para seguir

adelante en ese plan de Dios y en crecer en santidad de vida.

 

Participación en una comunidad eclesial

            Nuestra vida espiritual y el camino hacia la santidad nos llevan a ser cada vez más parte activa

de la Iglesia, a vivir en comunión con nuestros hermanos y a ser testigos comprometidos de Cristo.

La santidad no nos aleja de los demás, sino, por el contrario, nos impulsa a comunicarnos

con ellos, a abrirnos y a luchar juntos.

            Esto nos lleva a formar parte de movimientos y asociaciones eclesiales o grupos parroquiales.

Hay que buscar un grupo eclesial donde reine el amor a Jesucristo, el aprecio por la vida sacramental

y litúrgica, el espíritu de oración, una metodología claramente inspirada en el evangelio

y en la sana tradición de la Iglesia y en el amor y obediencia al Papa, un programa concreto

de trabajo apostólico.

            Estos grupos ayudan a la perseverancia en la vida cristiana, estimulan a una mayor generosidad,

abren nuevos horizontes y sobre todo se transforman en un trampolín de lanzamiento para llevar

a cabo iniciativas apostólicas.

            Ese movimiento o agrupación eclesial tiene que ser una comunidad de oración, de formación

y de trabajo concreto en favor de los demás, en orden a la predicación y difusión del mensaje

de Cristo y de ayuda a los más necesitados espiritual y materialmente.

            Dios se sirve de nuestro apostolado, no sólo para santificarnos a nosotros, sino también

para santificar a los demás, es decir, ayudarles a vivir la vida cristiana en clave de amistad

con Jesucristo.

 

CONCLUSIÓN

            Hay otros medios de perfección, como son: el deseo de perfección, el conocimiento de Dios

y de sí mismo, la conformidad con la voluntad de Dios, las lecturas y pláticas espirituales, los retiros,

los ejercicios espirituales[3].

            Quien quiera alcanzar la santidad tendrá que echar mano de estos medios, al igual que quien

quiera ganar la batalla tiene que llevar escudo, yelmo, espada. Si no, el enemigo llevará la delantera

y nos vencerá.


P.ANTONIO RIVERO









 

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