​​​       SOS-SOPLO DE SANTIDAD

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MINISTERIO CATOLICO MISIONERO DE EVANGELIZACION 

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LO QUE NOS PIDAS...HAREMOS

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A A DONDE MANDES...IREMOS

SOS-SOPLO DE SANTIDAD

LO QUE NOS PIDAS HAREMOS

MINISTERIO CATÓLICO MISIONERO DE EVANGELIZACIÓN

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10 DE JUNIO




Ana María:

te pedimos bendiciones para todas las madres de familia.
Que de tal manera brille vuestro buen ejemplo que los demás al ver

vuestras buenas obras glorifiquen a Dios (Jesucristo).


 Durante el siglo XIX una de las mujeres más populares y de mayor fama de santidad

en Roma, fue Ana María Taigi, una sirvienta, esposa de un obrero. 
Nació en 1729 en Siena (Italia). Su padre quedó en la más absoluta pobreza

y se fue a vivir a Roma. La pusieron unos meses en la escuela, pero luego llegó

una epidemia de viruela y cerraron la escuela. Ella medio aprendió a leer,

pero no aprendió a escribir. Apenas medio garrapateaba su firma y nada más.

Su familia vivía en una mísera casucha en un barrio pobre de Roma.

El papá consiguió trabajo como obrero.


Su padre desahogaba el mal genio que le producía su extrema pobreza,

insultándola sin compasión. La mamá también la humillaba frecuentemente,

y a la pobre muchacha no le quedaba otro remedio que callar y ofrecer todo por amor a Dios.
Aprendió a hacer costuras, y trabajando en el almacén de dos señoras fabricaba

ropa de señora, y así ayudaba a conseguir la alimentación para su familia.

Y aunque sus padres, que en vez de conformarse con sus suerte, eran cada día

más irascibles y la trataban con extrema dureza, ella tenía siempre la sonrisa en los labios,

tratando de alegrar un poco la amargada vida de su hogar. Su mayor consuelo y alegría

los encontraba en la oración.


Un día en la casa donde trabajaba su padre, le avisaron que quedaba vacante

un puesto de sirvienta, y él llevó para allí a Ana María. Poco después la mamá

fue admitida allí también como sirvienta, y así la familia tuvo ya una habitación fija

y la alimentación segura. Ana María era una excelente trabajadora y todos en la casa

quedaron muy contentos del modo tan exacto como cumplía sus labores.
Cuando Ana tenía 20 años y era una joven muy hermosa, empezó a encontrarse

cada semana con un obrero de 28 años llamado Domingo Taigi que venía a traer mercado

a la familia donde ella trabajaba. Se enamoraron y se casaron. El era tosco, malgeniado,

y duro de carácter, pero buen trabajador, y ella lo irá transformando poco a poco

en un buen cristiano. En su matrimonio tuvieron siete hijos.


Un día en que Domingo y Ana María fueron a visitar la Basílica de San Pedro,

un santo sacerdote, el padre Angel, sintió que cuando ella pasaba por frente a él,

una voz en la conciencia le decía: "Fíjese en esa mujer. Dios se la va a confiar

para que la dirija espiritualmente. Trabaje por su conversión, que está destinada a hacer mucho bien". El padre grabó bien la imagen de Ana, pero ella se alejó sin saber aquello que había sucedido.
Y he aquí que nuestra santa empezó a sentir un deseo inmenso de encontrar algún buen sacerdote que la dirigiera espiritualmente, para poder llegar a la santidad. Estuvo en varios templos pero ningún sacerdote quería comprometerse a darle dirección espiritual. Además era una simple sirvienta analfabeta y llena de hijos. Pocas esperanzas podía dar una mujer de tal clase.



























Pero un día al llegar a un templo vio a un padre confesando y se fue a su confesionario.

Era el padre Angel, el cual al verla llegar le dijo:
"Por fin ha venido, buena mujer. La estaba aguardando. Dios la quiere guiar

hacia la santidad. No desatienda esta llamada de Dios". Y le contó las palabras que

había escuchado el día que la vio por primera vez en la Basílica de San Pedro.


Desde entonces empieza para Ana María una nueva vida espiritual.

Bajo la dirección espiritual del padre Angel comienza a llevar una vida de oración y penitencia,

pero por consejo de su director espiritual deja de hacer ciertas penitencias

que le hacían daño para la salud y se dedica a cumplir aquel viejo lema:

"La mejor penitencia es la paciencia". En pleno verano bajo el calor más ardiente,

hace el sacrificio de no tomar bebidas refrescantes. Demuestra gran paciencia cuando

su marido estalla en arranques de mal genio. Madruga para tener todo listo

para sus hijitos que van a estudiar, y se dedica con todo el esmero posible a educarlos

lo mejor posible. Sufre con admirable paciencia las burlas de muchas personas

que la tildan de "beata" y "besaladrillos", etc.


Y sucede entonces algo muy especial. Ana María empieza a ver el futuro en medio

de un globo de fuego que se le aparece. Y a su casa llegan a consultarle personas

de todas las clases sociales. Cardenales, sacerdotes, obreros y gente

de las más diversas profesiones. A unos anuncia lo que les va a suceder y a otros lo que

ya les sucedió. Y a todos da admirables consejos, ella que ni siquiera sabe firmar.
























Domingo Taigi dejó escrito: "Cuando llegaba a mi casa la encontraba llena de gente

desconocida que venía a consultar a mi mujer. Pero ella tan pronto me veía, dejaba

a cualquiera, aunque fuera un monseñor o una gran señora y se iba a atenderme,

y a servirme la comida, y a ayudarme con ese inmenso cariño de esposa que siempre tuvo

para conmigo. Para mí y para mis hijos, Ana María era la felicidad de la familia.

Ella mantenía la paz en el hogar, a pesar de que éramos bastantes y de muy diversos temperamentos. La nuera era muy mandona y autoritaria y la hacía sufrir bastante,

pero jamás Ana María demostraba ira o mal genio.


Hacía las observaciones y correcciones que tenía que hacer, pero con la más exquisita

amabilidad. A veces yo llegaba a casa cansado y de mal humor y estallaba en arrebatos de ira,

pero ella sabía tratarme de tal manera bien que yo tenía que calmarme al muy poco rato.

Cada mañana nos reunía a todos en casa para una pequeña oración, y cada noche

nos volvía reunir para la lectura de un libro espiritual. A los niños los llevaba siempre

a la Santa Misa los domingos y se esmeraba mucho en que recibieran la mejor

educación posible".


Para llevarla a la santidad, Dios le permitió muy fuertes sufrimientos, que ella ofrecía

siempre por la conversión de los pecadores. Por meses y años tuvo que sufrir

una gran sequedad espiritual y angustias interiores. Antes de morir padeció siete meses

de dolorosa agonía. Y a pesar de todo su eterna sonrisa no desaparecía de sus labios.

Sufrió la pena de ver morir a 4 de sus siete hijos. Además tuvo que sufrir

por las calumnias y murmuraciones de la gente.


De varias personas anunció la fecha en que iban a morir y se cumplió exactamente.

Anunció también graves peligros y males que iban a llegar a la Santa Iglesia Católica

y en verdad que llegaron. Pidió a Dios y obtuvo de El que mientras que ella viviera

no llegara la peste del tifo negro a Roma. Y así sucedió. A los ocho días de su muerte

llegó a Roma la terrible peste.
Murió el 9 de junio de 1867 a la edad de 68 años.
Por su intercesión se han obtenido maravillosos milagros.
Su cuerpo se conserva incorrupto en Roma.