​​​       SOS-SOPLO DE SANTIDAD

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MINISTERIO CATOLICO MISIONERO DE EVANGELIZACION 

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LO QUE NOS PIDAS...HAREMOS

       A DONDE MANDES IREMOS . . .


A A DONDE MANDES...IREMOS

SOS-SOPLO DE SANTIDAD

LO QUE NOS PIDAS HAREMOS

MINISTERIO CATÓLICO MISIONERO DE EVANGELIZACIÓN

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Predicador

Sahagún es una cuidad de España, y allá nació nuestro santo en el año 1430.

Sus padres no tenían hijos y dispusieron hacer una novena de ayunos, oraciones y limosnas

en honor de la Santísima Virgen y obtuvieron el nacimiento de este que iba a ser su honor y alegría.

Educado con los monjes benedictinos, demostró muy buena inclinación hacia el sacerdocio y el señor obispo

lo hizo seguir los estudios sacerdotales y después de ordenado sacerdote lo nombró secretario y canónigo

de la catedral. Pero estos cargos honoríficos no le agradaban, y pidió entonces ser nombrado

para una pobre parroquia de arrabal.

Después de varios años de sacerdocio, sintió el deseo de especializarse en teología y se matriculó

como un estudiante ordinario en la Universidad de Salamanca. Allí estuvo cuatro años hasta completar

todos sus estudios teológicos. Al principio era bastante desconocido pero un día fue invitado a hacer

el sermón en honor de San Sebastián, patrono de uno de los colegios, y su predicación agradó tanto

que empezó a ser muy popular entre la gente de la ciudad.

Y sucedió que le sobrevino una gravísima enfermedad con serio peligro de muerte y no había más remedio

que hacerle una difícil operación quirúrgica (y con los métodos tan primarios de ese tiempo).

Fue entonces cuando prometió a Dios que si le devolvía la salud mejoraría totalmente sus comportamientos

y entraría de religioso. Dios le concedió la salud y Juan entró de religioso agustino.

En el noviciado lo pusieron a lavar platos y barrer corredores y desyerbar campos, y siendo todo un doctor,

lo hacía todo con gran humildad y total esmero. Después lo pusieron a servir el vino a la comunidad,

y todavía se conserva la vasija con la cual hizo el milagro de que con un poco de vino sirvió a muchos

comensales y le sobró vino. En cumplimiento de sus deberes, en penitencias, en obediencia

y en humildad, no le ganaba ninguno de los otros religiosos.

El convento de los padres Agustinos en Salamanca tenía fama de gran santidad, pero desde que

Juan de Sahagún llegó allí, esa buena fama creció enormemente. Era un predicador muy elocuente

y sus sermones empezaron a transformar a las gentes. En la ciudad había dos partidos que se atacaban

sin misericordia y el santo trabajó incansablemente hasta que logró que los cabecillas de los partidos

se amistaran y firmaran un pacto de paz, y se acabaron la violencia y los insultos.

Los biógrafos dicen que Fray Juan era un hombre de una gran amabilidad con todos, devotísimo

del Santísimo Sacramento y muy amigo de dedicar largos ratos a la oración. Las gentes cuando

lo veían rezar decían: "parece un ángel". El estudio que más le agradaba era el de la Sagrada Biblia,

para lograr comprender y amar más la palabra de Dios. A veces gastaba todo el día visitando enfermos,

tratando de poner paz en familias desunidas y ayudando a gentes pobres y hasta se olvidaba de ir a comer.

Algunos lo criticaban porque en la confesión era muy rígido con los que no querían enmendarse

y se confesaban sólo para comulgar, sin tener propósito de volverse mejores. Pero su rigidez transformó

a muchos que estaban como adormilados en sus vicios y malas costumbres. Confesarse con él

era empezar a enmendarse.

Otro defecto que le criticaban sus superiores era que tardaba mucho tiempo en celebrar la Santa Misa.

Pero para ello había una explicación: y es que nuestro santo veía a Jesucristo en la Sagrada Eucaristía

y al verlo se quedaba como en éxtasis y ya no era capaz por mucho rato de proseguir la celebración.

Pero las gentes gustaban de asistir a sus misas porque les parecían más fervorosas

que las de otros sacerdotes.

San Juan de Sahagún predicaba muy fuerte contra los ricos que explotan a los pobres.

Y una vez un rico, amargado por estas predicaciones, pagó a dos delincuentes para que atalayaran

al santo y le dieran una paliza. Pero cuando llegaron junto a él sintieron tan grande terror

que no fueron capaces de mover las manos. Luego confesaron muy arrepentidos que los había invadido

un temor reverencial y que no habían sido capaces de golpearlo.

En un pueblo habló muy fuerte contra los terratenientes que no pagaban lo debido a los campesinos

y desde entonces aquellos ricachones no le permitieron volver a predicar en ese pueblo.

Sus preferidos eran los huérfanos, los enfermos, los más pobres y los ancianos.

Para ellos recogía limosnas y buscaba albergues o asilos. A las muchachas en peligro

les conseguía familias dignas que les dieran sanas ocupaciones y las protegieran.

Hizo frecuentes milagros, y obtuvo con sus oraciones que a Salamanca la librara Dios, durante la vida

del santo, de la peste del tifo negro, que azotaba a otras regiones cercanas. Un joven se cayó

a un hondo pozo. Fray Juan le alargó su correa y, sin saber cómo, salió el joven desde el abismo,

prendido de la tal correa. La gente se puso a gritar "¡Milagro! ¡Milagro!", pero él se escondió

para no recibir felicitaciones.

Salamanca sufría un terrible verano. El les anunció que con su muerte llegarían lluvias abundantes.

Y así sucedió: apenas murió, enseguida llegaron muy copiosas y provechosas lluvias.

Y sucedió que un hombre que tenía una amistad de adulterio con una mala mujer, al escuchar

los sermones de Fray Juan, se apartó totalmente de tan dañosa amistad. Entonces aquella pérfida

y malvada exclamó: "Ya verá el tal predicador que no termina con vida este año". Y mandó echar

un veneno en un alimento que el santo iba a tomar. Desde entonces Fray Juan empezó

a enflaquecerse y a secarse, y en aquel mismo año de 1479, el santo predicador murió de sólo 49 años.

A su muerte, dejaba la ciudad de Salamanca completamente transformada, y la vida espiritual

de sus oyentes renovada de manera admirable.

Que Dios nos mande muchos valientes predicadores como San Juan de Sahagún.

Dijo Jesús: El que pierda su vida por mi en este mundo, la salvará para la vida eterna (Jn. 12, 25).