San Guido de Acqui, Obispo



Martirologio Romano: En Acqui, del Piamonte, san Guido, obispo. (1004 - 1070).
Nació en Melazzo, Italia; pertenecía a la noble familia de los condes de Acquesana.

Huerfano de padre y madre, después de una rigurosa educación en el seno familiar,

marchó a Bolonia para realizar los estudios superiores. A la muerte del obispo de Acqui (Piamonte) en 1033, la diócesis quedó vacante durante un año. En 1034 el Capítulo eligió

por unanimidad a Guido. La elección fue "aplaudida por el pueblo".



Obispo de Acqui (Piamonte) (1034-1070).

Fue consagrado por el arzobispo Eriperto en una época triste para la Iglesia, en la que

se propagaba la ignorancia, la inmoralidad y la simonía. El fundamento de su trabajo

pastoral fue la reforma moral y espiritual del clero diocesano, comenzando por la reforma litúrgica. Con el fin de que sus sacerdotes estuvieran menos preocupados

por los problemas económicos, en el vasto territorio de su diócesis, donó de sus bienes

a las propiedades existentes y fundó otras nuevas.
Fue generoso en donaciones también con los monjes, con el fin de facilitarles

la asistencia espiritual también en el campo.



Fundó en Acqui un centro de espiritualidad y formación para las jóvenes

y de su propio peculio fundó en el 1037 el monasterio de Santa Maria De Campis,

dotándolo de bienes para la seguridad económica de las monjas, a pesar de las dificultades causadas por los enemigos, los depredadores y las consiguientes devastaciones.



Quiso una catedral más grande y majestuosa, que obtuvo gracias a la contribución

de los obispos Pedro de Tortona y Alberto de Génova: la dedicó a la Madonna Assunta, consagrándola en 1067. Donó una gran parte de sus bienes que poseía en la ciudad,

incluído el "Castelletto", al obispado para que construyera una decorosa redisencia

a sus sucesores.
La tradición nos lo presenta dedicado personalmente a procurar el grano para la población durante las graves carestías. Hombre de gran cultura y generosidad, destacó

por la reforma jurídica y espiritual de la diócesis. Murió de una grave enfermedad.

Sus restos reposan en la catedral de Acqui. Patrón de Acqui.































Catedral de San Guido en Acqui

















































Mártires 

Año 304

 El primero de estos dos santos mártires era un sacerdote muy estimado en Roma,

y el segundo era un fervoroso cristiano que tenía el poder especial de expulsar demonios. Fueron llevados a prisión por los enemigos de la religión, pero en la cárcel se dedicaron

a predicar con tal entusiasmo que lograron convertir al carcelero y a su mujer y a sus hijos,

y a varios prisioneros que antes no eran creyentes.

Disgustados por esto los gobernantes les decretaron pena de muerte.




















A Marcelino y Pedro los llevaron a un bosque llamado "la selva negra", y allá los mataron cortándoles la cabeza y los sepultaron en el más profundo secreto, para que nadie supiera dónde estaban enterrados.




















Pero el verdugo, al ver lo santamente que habían muerto se convirtió al cristianismo

y contó dónde estaban sepultados, y los cristianos fueron y sacaron los restos

de los dos santos, y les dieron honrosa sepultura.

Después el emperador Constantino construyó una basílica sobre la tumba

de los dos mártires, y quiso que en ese sitio fuera sepultada su santa madre, Santa Elena.























Las crónicas antiguas narran que ante los restos de los santos Marcelino y Pedro,

se obraron numerosos milagros. Y que las gentes repetían: "Marcelino y Pedro

poderosos protectores, escuchad nuestros clamores".
























Las catacumbas de los santos Marcelino y Pedro, situadas en la vía Casilina,

meta privilegiada de peregrinación, están vinculadas a estos dos mártires,

condenados a muerte en el año 304 por órden del emperador Diocleciano.

Se trata de las terceras catacumbas en Roma considerando la extensión, ya que ocupan

un área subterránea de más de 18 mil metros cuadrados. Así como también ofrecen

pinturas paleocristianas únicas en el mundo.

Un reciente y valioso trabajo de restauración ha devuelto a los frescos

sus colores originales.


 
































Santa Blandina, Esclava, Virgen y Mártir


Formaba parte de la comunidad cristiana  junto a su ama, también cristiana, cuyo nombre

no nos ha llegado. Esta iglesia local no tardó en destacar, lo que atrajo el temor de nobles,

de pueblo que no se fiaba de los cristianos y del gobernador Tácito, que mandó apresar

a algunos para hacerles apostatar. Fueron hechos prisioneros el diácono Sancto, Maturo,

aún neófito, Alcíbiades, Bibliada, Blandina, su ama y otros varios que, según la costumbre, habían ido a visitarles, llevarles consuelo y a orar. El juicio público coincidió

con la celebración de unos festejos y juegos. Entre estos juegos, ya sabemos, era frecuente

la lucha entre hombres y bestias, como toros, leones, osos, así que teniendo prisioneros,

que mejor que fueran los cristianos los que “jugaran” con los animales.


El día del juicio los cristianos fueron llevados ante el gobernador y la multitud.

El escenario estaría preparado: potro, fuego, flagelos… Un pregonero debía anunciar

la causa del enjuiciamiento (ateísmo, canibalismo, traición al César, etc.) a la multitud,

entre la que había cristianos escondidos, orando por sus hermanos. Y uno era Vecio Epagato, noble y cristiano en lo oculto; cuando se anunció el juicio, se adelantó y dijo:

- “Yo pido que se me autorice para defender á estos hombres. Me empeño probar

que no han cometido ninguno de los actos que se les imputan”.

- “ ¿Con que tú también eres cristiano?" dijo el gobernador.

- “Si, lo soy” - respondió Vecio, por lo que pasó de defensor a acusado con los demás.

Apenas comenzó el interrogatorio, se mostró la entereza de unos y la flaqueza de otros;

entre estos últimos estaba Bibliada. Los que quedaron, les suplieron en valentía.

Preguntado el diácono Sancto por sus orígenes, dijo

- “Yo soy cristiano”, es decir, que su única familia, su única patria y origen era su Dios.


Fue llamada Blandina, que se adelantó resueltamente. Torturada hasta el cansancio,

repetía contantemente: - “Soy cristiana, y entre nosotros no se hace mal alguno”.


Bibliada, cuando vio a sus hermanos padecer, aunque había apostatado, aún tuvo valentía

para negar una de las causas de la condena, y gritó: –“¿Nosotros, comer niños?

¡Nosotros, ¿a quienes ni es lícito gustar la sangre de los animales?!”


Duraron los interrogatorios varios días, y todas las tardes, los sobrevivientes eran llevados

a la cárcel de nuevo, o encadenados o en el cepo. Algunos morían allí mismo,

de agotamiento o las heridas, pero no se cansaban los perseguidores, cada día traían

más cristianos a sustituir a los fallecidos.


Algunos pastores, ante esto, aconsejaron huir a los fieles más prominentes y conocidos. Epipodio y Alejandro, traicionados por un esclavo, a la choza apartada de la viuda Lucía.
Potino, el obispo de todos, se quedó para animar y consolar a los que no podían huir,

pero fue apresado y llevado a la cárcel. Era un anciano de 90 años y su traslado fue

un acontecimiento: querían verle derrotado y suplicante, pero le vieron digno

y con la frente alta de ir al martirio.

Cuando no pudo andar más, no pidió clemencia, sino que lo llevaran en brazos,

para llegar antes a su destino: el martirio.


Preguntado por el juez, sobre que dios era ese, el de los cristianos, respondió:

-“Tú le conocerás, si de ello te haces digno”. Y no quiso preguntarle más.

Le llevaron a la prisión nuevamente y aquí se apoderó de él la multitud, que le apaleó

y le arrojó piedras y cuanto pudo. Finalmente, al llegar a la prisión, desfalleció

durante dos días, para morir en paz, rodeado de sus hijos amados.


El día final de los juegos, fueron llamados a comparecer Sanctos, Maturo y Blandina,

Pero la multitud quería más, y empezó a clamar “Atalo, queremos a Atalo”, aunque

por su ciudadanía romana estaba exento de sufrir bajo las fieras, pero aún así

fue llamado por el gobernador, al menos para reírse de él. Le puso un cartel que decía

“Ved aquí a Atalo el cristiano” y le mandó a dar vueltas, para enviarlo a prisión nuevamente.


Pero a Sancto, Maturo y Blandina les mandó lanzar al circo a latigazos.
Había un madero en la arena, donde ataron a Blandina, para que la alcanzaran las bestias.

A Maturo y Sancto los sentaron en una silla de hierro, debajo de la cual había

un brasero ardiente pero mientras duró el tormento (el pueblo decidía la duración),

ni uno ni otro se quejó. Sancto continuaba diciento “Yo soy cristiano”.


Mientras, Blandina, rezaba en voz alta, para darles ánimo. Por esta vez las bestias

no la tocaron y fue conducida la prisión, junto a Maturo y Sancto.
 Al contrario de lo que pensaban los jueces y pueblo, el regreso de estos tres a la cárcel, desfallecidos y atormentados, no hizo vacilar a los que allí estaban, sino todo lo contrario,

hizo avergonzarse a los que por miedo habían apostatado de la fe, como Bibliada.


Pedían a los carceleros los llevasen ante el juez, para retractarse de su apostasía

y declararse cristianos. Se acercaron a sus hermanos y les pidieron perdón, todos juntos

se abrazaron y animaron en lo que les esperaba: El tiunfo por medio del tormento.


Dicen las Actas: "así, los miembros vivos de la Iglesia resucitaron los miembros muertos".
Llegó una carta de Marco Aurelio, el emperador, que mandaba tener clemencia

con los que renegasen de la fe, y ajusticiar a aquellos que insistieran en ser cristianos.

No tuvo prisa el gobernador y dejando a los cristianos presos, detuvo los juicios

hasta principios de agosto, fechas en las que volvían a hacerse grandes festejos en la ciudad.


Llegado el día, fue detenido Alejandro, el médico frigio, que era cristiano en secreto.

Fue conducido al tormento junto con los cristianos que quedaban, que eran sólo 28,

pues 18 habían muerto en prisión. Fueron condenados a ser degollados, menos cuatro,

que serían reservados para las fieras. Atalo y Alejandro, luego de ser embestidos

por las fieras y quedar vivos, fueron extendidos sobre planchas incandescantes.

Atalo gritó:
- "¿No es esto realmente devorar a los hombres? ¡Y sois vosotros los que nos acusáis

de ese crimen!"
- "¡Cristiano, ¿como se llama tu dios?!" - le gritaba la multitud.
- "Los nombres son para los hombres, Dios no tiene nombre". - respondió.

Estaban allí también Blandina y el niño Póntico, que habían sido reservados

para el último día, pero pero les habían sacado para que la visión de sus hermanos

martirizados les hiciese sufrir más aún y recapacitasen. Finalmente, llegó el día de ambos

y la gente creía que podría doblegar a Póntico, por su juventud, y le conminaba

a sacrificar a los dioses. Blandina le animó mientras los verdugos y las fieras

le destrozaron, luego ella misma fue envuelta en una red y expuesta a un toro, que

a cornadas, la levantó por los aires, la pisoteó varias veces, mientras el pueblo gritaba

y aplaudía eufórico. Y en medio de tanto dolor, Blandina elevaba sus oraciones al cielo.

Fue la última en padecer tormentos, luego de animar a todos los demás.



Los otros cristianos fieles, fueron decapitados directamente, por ser ciudadanos romanos,

en la plaza del Ateneo.
























Sabiendo el gobernador de la veneración que los crisitanos sentían hacia sus mártires,

mandó juntar los cuerpos desmembrados y decapitados en un montón para ser quemado

y lo que quedase, fuera arrojado al río Ródano. No quedaron reliquias, pero sí el recuerdo

del sitio del martirio, donde se levantaría la bella basílica de Santa Blandina.

































Altar de la Basilica de Santa Blandina







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