Grandes Misioneros del Mundo



San Patricio
















387-461) Evangelizador de Irlanda


Patrón de Irlanda
Fiesta: 17 de marzo




"Yo era como una piedra en una profunda mina; y aquel que es poderoso vino,

y en su misericordia, me levantó y me puso sobre una pared." -San Patricio


Nacido en Gran Bretaña (Bennhaven Taberniae (pueblecito de Escocia que hoy

no se encuentra en los mapas) hacia el 385, muy joven fue llevado cautivo a Irlanda,

y obligado a guardar ovejas. Recobrada la libertad, abrazó el estado clerical

y fue consagrado obispo Irlanda, desplegando extraordinarias dotes de evangelizador,

y convirtiendo a la fe a numerosas gentes, entre las que organizó la Iglesia.

Murió el año 461, en Down, llamado en su honor Downpatrik (Irlanda).


La obra del incansable misionero dio muchos frutos con el tiempo: Lo vemos

en el maravilloso florecimiento de santos irlandeses. Logró reformar las leyes

civiles de Irlanda, consiguió que la legislación fuera hecha de acuerdo

con los principios católicos, lo cual ha contribuido a que esa nación

se haya conservado firme en la fe por mas de 15 siglos, a pesar

de todas las persecuciones.



 

 








Roberto de Nobili

















(1577-1656) Gran Evangelizador de la India


(Montepulciano, 1577-Mailapur, 1656) Misionero italiano. Jesuita (1596)

y misionero en la India (1604), aprendió los principales dialectos del Indostán


y adoptó las costumbres de los brahmanes, conforme el método de acomodación

en las misiones. Logró numerosas conversiones y fundó una próspera misión

en la región de Madura. A pesar de los ataques de los que fue objeto,

Gregorio XV aprobó sus métodos (1623).




                                                                          Agustín de Canterbury
                                      












(? - 605) Evangelizador de Gran Bretaña


San Agustín de Canterbury es considerado uno de los más grandes evangelizadores,

al lado de San Patricio de Irlanda y San Bonifacio en Alemania.

Tiene el gran mérito de haber dirigido la evangelización de Inglaterra.



Era superior del convento benedictino de Roma, cuando el Sumo Pontífice

San Gregorio Magno se le ocurrió en el año 596 tratar de evangelizar a la isla

de Inglaterra que era pagana. Conociendo el espíritu generoso y emprendedor

de Agustín, que no se acobardaba ante ninguna dificultad, y además

sus grandes virtudes, el Papa lo envió con 39 monjes más a tratar

de convertir a esos paganos sajones.



Después de haber trabajado por varios años con todas las fuerzas de su alma

por convertir al cristianismo el mayor número posible de ingleses,

y por organizar de la mejor manera que pudo, la Iglesia Católica en Inglaterra,

San Agustín de Canterbury murió santamente el 26 de mayo del año 605

 

                                                                                                       
 San Columbano























(543-615) Evangelizador de Alemania


fue un misionero irlandés destacado por su actividad misionera y evangelizadora

durante la Alta Edad Media.2 También es conocido por haber fundado numerosos

monasterios en Europa, entre los que destacan los monasterios de Luxeuil (Francia) y Bobbio (Italia), aproximadamente en el año 590.

Fue fundador de monasterios en Francia, Suiza e Italia, llevando a cabo una intens
a

labor misionera en lo que él llamó por vez primera «toda Europa» (totius Europae).

Difundió entre los francos la regla monacal céltica, que enfatizaba la confesión

privada y confidencial, seguida de la penitencia privada para los arrepentidos

de sus pecados. En aquella época estos ritos eran públicos.



Afincado en los reinos francos, tuvo serias diferencias con la Iglesia

y nobleza francas, debiendo abandonar el reino en 612. Se trasladó a Suiza

y luego a Lombardía, donde moriría en el monasterio de Bobbio fundado por él.

El Vaticano ha aprobado oficialmente San Columbano

como el santo patrón de los motociclistas.


 

                                                                                                           
    Mateo Ricci

















 Evangelizador de China


(Macerata, 6 de octubre de 1552 - Pekín, 11 de mayo de 1610)

fue un misionero católico jesuita, matemático y cartógrafo italiano.

La Compañía de Jesús lo destinó a China donde pasó casi treinta años

predicando el cristianismo.


En 1595, ansioso por llevar el cristianismo a toda China, Ricci se instaló en Nanchang,

provincia de Jiangxi. Aunque había intentado establecerse en la capital Ming, Pekín,

no le fue autorizada la entrada, y permaneció primero en Nanchang y después en Nankín hasta 1601, cuando el emperador Wanli, habiendo oído las historias

sobre el sabio europeo, le convocó a la corte imperial.


Su intensa labor en China supuso el mayor intercambio cultural entre Europa y China
hasta aquel momento. Gracias a Ricci, los conocimientos técnicos, matemáticos
y cartográficos de Europa entraron en China, y fue él quien fundó las primeras
comunidades católicas en el país. Ricci llegó a escribir con fluidez en chino firmando 
obras sobre religión. También participó, junto al matemático chinoXu Guangqi, 
en la primera traducción al chino de los Elementos de Euclides.

Matteo Ricci vivió en Pekín hasta su muerte en 1610.


 

 

San Ignacio de Loyola

(1491-1556) Fundador de la Compañía de Jesús


























 (Azpeitia, c. 23 de octubre de 1491-Roma, 31 de julio de 1556)

fue un militar y luego religioso español, surgido como un líder religioso

durante la Contrarreforma.


Su devoción a la Iglesia católica se caracterizó por la obediencia absoluta al papa.

Fundador de la Compañía de Jesús de la que fue el primer general, la misma

prosperó al punto que contaba con alrededor de mil miembros en más

de cien casas —en su mayoría colegios y casas de formación— repartidas

en doce provincias al momento de su muerte.


 Sus Ejercicios espirituales, publicados en 1548, ejercieron una influencia

proverbial en la espiritualidad posterior como herramienta de discernimiento.

 La Iglesia católica lo canonizó en 1622, y Pío XI lo declaró patrono

de los ejercicios espirituales en 1922.












santosemptymisioneros



Un llamado a ser santos misioneros



Desde el carisma o ministerio que desarrollemos, todos somos llamados

a ser santos para ser misioneros


Por: Leonardo Biolatto | Fuente: Catholic.net 



Hay, en todos los discípulos misioneros, un llamado específico a la santidad.

No importa el sexo, no importa la raza, no interesa la posición social ni el carisma recibido; todos y cada uno somos invitados a caminar en la santidad.

Es el desafío que exige la misión, porque no se trata de ser santos para encontrar

admiración y veneración de otros, sino para ser fieles en el encargo misionero,

para que nuestra vida sea anuncio, testimonio del amor de Dios.


A imagen y semejanza



En el libro del Levítico leemos lo que dice Yahvé a su Pueblo:

 “Ustedes serán santos, porque yo soy santo”(Lev. 11, 45).

Ya en Israel apreciamos esa tendencia hacia la santidad, esa vocación. El término santo,

en hebreo, deriva de una palabra que significa cortar, por lo que, aplicado

a los términos religiosos, el santo es el que está cortado del resto, el separado,

el segregado. El santo es aquel apartado por Dios para estar a Su servicio,

para ser Su propiedad.


Israel se veía a sí mismo como la nación separada por Yahvé del resto de los hombres

para ser su pertenencia, su heredad. Israel es de Dios. En ese sentido, lo que hace

la afirmación del Levítico que citamos anteriormente, es fundamentar desde

esa relación particular Dios-Su Pueblo, el llamado a la santidad. Los israelitas debían ser santos porque su Dios era santo, porque su dueño era santo, y porque ellos, propiedad

del Santo, no podían ser impuros.

La santidad del que nos ha llamado es, a la vez, invitación y exigencia para

nuestra santidad. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios; quiere decir

que reside en nosotros parte de la divinidad, parte espiritual capaz de establecer

una relación y comunicarse con lo Eterno.


En esa espiritualidad que vive en nosotros comienza la santidad.

No hablamos de una pesada carga, de una meta utópica, inalcanzable.

Ser santos es un impulso que late muy interiormente según los latidos de Dios,

es el designio, el plan y el deseo de Dios para con sus creaturas.


El llamado a la santidad no es una ley externa, ajena, impuesta, sobreagregada;

la semilla de santidad ha sido sembrada en nosotros bastante tiempo atrás,

desde la Creación, y busca crecer en terreno fértil, busca hacerse grande, abarcarnos, abrazarnos, elevarnos, hacernos más altos.


Esto último es la expresión de la Carta a los Efesios: “Hasta que lleguemos todos

a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la madurez del varón perfecto,

a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13).


La santidad es un camino hacia la perfección en Cristo, es ir aumentando

de estatura espiritual hasta alcanzar la altura de Jesús, hombre perfecto,

modelo de santidad. Por eso la santidad es un camino progresivo, porque

es un crecimiento, un desarrollo, una progresión, un aumento consecutivo de estatura

y madurez, con los ojos fijos en la meta, con los ojos puestos en el Hijo de Dios.




Santos para la misión



Pero a riesgo de entender la espiritualidad como algo desencarnado, alejado

de la realidad cotidiana, Aparecida nos recuerda algo: “La santidad no es una fuga

hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso, tampoco un abandono

de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos

de América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacia

un mundo exclusivamente espiritual” (DA 148).


La santidad en concreta, la santidad tiene efectos en la vida de todos los días,

en el quehacer diario. La santidad debe impregnar los ambientes laborales,

los ambientes educativos, los hogares, las empresas, los lugares de ocio y esparcimiento,

los centros culturales, la política y la economía.


Una santidad que se recluye y reniega de manifestarse entre los hombres y mujeres

de carne y hueso, no es la santidad cristiana, no es la santidad a imagen

y semejanza de Dios.

Lo que puede suscitar entre las gentes el testimonio de discípulos que caminan

en la santidad, es el asombro de la Buena Noticia y el anuncio misionero.

La primera reacción es la extrañeza de encontrar, en un mundo superficial, personas

que se sumergen en lo profundo de la vida comprometida, comunitaria, solidaria;

personas empapadas del Reino.


Muchos rechazarán tajantemente esa forma de existencia, e incluso la criticarán,

pero muchos otros sentirán la atracción del Evangelio, sentirán la sana curiosidad

de ver más de cerca por qué algunos hacen la opción del Reino; en ese sentido,

la santidad es anuncio. Es tan problemática la separación entre fe y vida

que experimenta el planeta, que buscar métodos de evangelización que no tengan

en cuenta el camino de santidad personal es hacer vanos intentos, y mucho más

si la santidad se entiende como algo inadecuado para plasmar en la cotidianeidad.

Es preciso desterrar el mito de los santos como súper-héroes, como derecho privilegiado

de unos pocos. Recuperar el concepto de la santidad es volver a sentir, como sentía Israel,

que somos pertenencia de Dios, que nos ha separado y protegido del pecado para que mostremos al mundo la vida en Cristo. Israel no fue elegido entre las otras naciones

para que desarrollase un complejo de superioridad; Israel fue separado del resto para

salvar al resto, para que en su seno naciese el Salvador.


La Iglesia, hoy, en América Latina y en el mundo, es separada, es santificada,

para dar a luz a Cristo en las realidades seculares, para evangelizar la cultura,

para hacer presente el Reino.

SOMOS SANTOS PARA SER MISIONEROS.


























“Del amor de Dios por todos los hombres, la Iglesia ha sacado en todo tiempo

la obligación y la fuerza de su impulso misionero: porque el amor de Cristo nos apremia. 
Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad.

La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia a quien esta verdad ha sido confiada,

debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio

universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera” CIC 851



Es siempre el amor la auténtica fuerza de los hombres. El amor que es virtud teologal

y que nos lleva a buscar el bien supremo del prójimo: su salvación.

Es fácil darnos cuenta que muchas personas nunca han encontrado un sentido en su vida. Algunas se han deslumbrado con bienes no supremos como la inteligencia, el poder,

el dinero, la comodidad y hasta la salud. Ninguno de ellos es malo, pero son sólo medios,

no fines. El único fin que nos hace feliz es Dios mismo.


Descubrir a Dios, dejarse enamorar por Él, implica siempre querer comunicarlo

a los demás. Jesús murió y resucitó por mí, por Juan, por Teresa, por X, también por Tom

que es un aborigen australiano y por Pedro, indio lacandón, lo mismo que por Gustavo

que es físico nuclear. La salvación es para todos y de la tarea misional depende

que llegue a todos los rincones de la tierra.



Vamos a hablar de algunos misioneros. No se trata de conocer historias interesantes,

sino de ver cómo algunos hombres pudieron ayud


ar palpablemente en la historia

de la salvación:


















- Pablo. Nació en Tarso. Judío muy educado en materia religiosa, muy celoso

del cumplimiento de la ley. Perseguidor de cristianos. Dios le llama de manera

muy especial, lo tira del caballo y ciega con una luz y le pregunta “por qué me persigues”.

La conversión de Pablo es total. El amor a Dios le abrasa y necesita dar a conocer a Cristo.

El tiempo apremia. Viaja incesantemente por todo el imperio romano convirtiendo

a judíos y gentiles. Muere mártir en Roma. Es conocido como el apóstol de los gentiles,

porque convirtió a muchos no judíos. Sus cartas son un legado riquísimo, invitan

al verdadero amor, gritan la necesidad de evangelizar.

















- San Francisco Javier. Jesuita español enviado a Oriente. Su amor a las almas

lo lleva a los sitios más remotos y frente a los más interesantes personajes de la época.

Busca incansablemente que su Señor sea amado.




















- Santa Teresita del Niño Jesús. Monja carmelita descalza. Su precaria salud le impide

realizar el sueño de su vida: ir a las misiones. Ofrece su vida a Jesús, su gran amor.

Sufre al pensar en las gentes que no conocen a Cristo y convierte cada minuto

de su vida, cada acto, por insignificante o grande que fuera, en ocasión de salvación

para sus hermanos. Porque ofrecer la vida es también salvar y ser misionero.

Es patrona de las misiones y doctora de la Iglesia.




















- Maximiliano María Kolbe. Sacerdote muerto en un campo de concentración nazi,

al ofrecer su vida en lugar de un padre de familia judío. Se pasó la vida hablando

del amor de Dios a todas las personas. Vivió una temporada en Oriente y no dejó

de publicar un periódico católico ni ante las amenazas de muerte. Nunca dejaba

una oportunidad para hablar de Cristo, cuando iba en el tren, o esperaba

en la banqueta, o compraba algo, siempre dejaba algún mensaje a la persona

que tenía al lado. Consideraba que los encuentros con otros no eran fortuitos,

sino que Dios les había puesto en su camino, porque él era instrumento de Dios.




Como puedes ver, muchos hijos de la Iglesia han contribuído a lo largo del tiempo

a llevar el evangelio, es decir, la buena nueva de la salvación, del amor actuante

de Dios, a millones de hombres. La forma de hacer misión es muy distinta,

pero igualmente útil y necesaria.


Han sido misioneros yendo a buscar a la gente que no conocía a Jesús, han sido misioneros dando testimonio con su vida del amor de Dios, han sido misioneros a través

del ofrecimiento, la oración y el sacrificio.


La Iglesia es inmensamente rica en vocaciones, todas especiales y particulares.

¿Cuál es la vocación específica que tú tienes?

¿Qué te está pidiendo Dios y cómo puedes ser fiel a este llamado?

Algo que no debes olvidar
- Del amor de Dios por los todos los hombres, la Iglesia ha sacado su vocación misionera.
- Todos los seres humanos están llamados a la salvación.
- La acción misionera es un medio para llevar la salvación. Todos, en todos los tiempos, estamos llamados de manera particular y especial a colaborar en el plan de salvación.





LA LABOR MISIONERA





















La labor misionera es sólo una pequeña muestra de la titánica historia de la evangelización protagonizada por los misioneros que a lo largo de tantos siglos han puesto en marcha

un desarrollo integral del hombre.

El anuncio del Evangelio no puede desligarse de la promoción humana del hombre

y por eso los misioneros se han convertido en los verdaderos protagonistas de desarrollo

de estos pueblos. Han sido elegidos y enviados a servir a los demás, no son meros

gestores de obras sociales. Enseñan en las escuelas, sanan en los hospitales,

promocionan a la mujer en los países donde están completamente olvidadas y relegadas,

se encargan de miles de niños abandonados, huérfanos y víctimas de conflictos armados,

se trasladan a los campos de refugiados, acompañan y trabajan por esos grandes

olvidados de la historia que son los pobres.

Sus vidas, como la de Jesús, representan un compromiso. Han comprometido sus vidas

con los más pobres, con los que no tienen, con los que no pueden alzar su voz,

con los que no saben, con todos aquellos a los que las sociedades más avanzadas

han convertido en números estadísticos.

Un famoso periodista los definió como obstinados, audaces, abnegados...

hombres y mujeres llenos de coraje y entrega que se encuentran siempre en los lugares

más castigados del planeta, en cada uno de los infiernos que se abren sobre la faz

de la tierra. Hombres y mujeres sencillos que luchan como humanamente pueden

contra las consecuencias de luchas políticas o intereses económicos que les son ajenos, poniéndose siempre del lado de los más pobres, cumpliendo su vocación y la llamada

de la misión fuera de su patria.

Los catequistas, los religiosos, los párrocos, los animadores misioneros y todos en general debemos hacer que niños, jóvenes y adultos vean la importancia de la labor de los 25.000 misioneros españoles repartidos por todo el mundo y que descubran que estamos

ante los 2000 años de la primera misión de la Iglesia.

Todos estamos llamados a ser misioneros en este Tercer Milenio siguiendo el ejemplo

de Santa Teresita de Lisieux,San Francisco Javier y tantos otros misioneros santos

que ha dado la historia de las misiones.



Qué tengo que hacer si quiero ser misionero


Puedes ser misionero viviendo en tu propio país, en tu casa, y realizando experiencias temporales de actividad misionera específica, o  de cooperación o animación misioneras.

O también puedes sentir el llamado a ir "más allá de las fronteras", a predicar

a Jesucristo allí donde no es conocido....


Un misionero no es alguien que "es llamado" desde una tierra lejana para ir a misionar,

sino alguien que ES ENVIADO por su propia Iglesia Particular

No vas a encontrar un destino de misión a través de internet...   Debes entrar en contacto

con alguna comunidad (Parroquia o Congregación), preferentemente de tu diócesis

para que puedas realizar una experiencia comunitaria, discernir tus motivaciones

para la misión y formarte adecuadamente, para que sea TU IGLESIA PARTICULAR

(diócesis) la que te envíe de misión.

Un misionero es alguien que tiene una motivación profunda y sincera para la misión.

 El envío a la misión requiere un período (no breve) de formación y preparación.

 Es preciso comprender que la misión es una tarea muy seria, porque implica

nada menos que ¡anunciar a Jesucristo a los hombres! Y esta tarea no puede estar

en manos de personas que no están debidamente preparadas o que lo hacen movido

por otras intenciones que no sean las correctas.... 

Por eso se requieren estas condiciones para quien desee ser misionero.

Si piensas que tu vocación misionera es de este último tipo, primero que nada,

debes saber que:

1.- Un misionero no es alguien que "es llamado" desde una tierra lejana para ir a misionar,

sino alguien que ES ENVIADO por su propia Iglesia Particular. Muchas personas

se entusiasman con la misión (lo cual está muy bien. ¡Ojalá fueran muchos más!!)

pero piensan que misionar consiste en "irse a otro país y otro continente si es posible". Entonces inician una búsqueda de "a dónde puedo ir".

Nuevamente: el misionero no es aquel que se lanza así nomás a una tierra lejana

a predicar el Evangelio, sino que es enviado por su propia Iglesia Particular.

 
2.- Un misionero es alguien que tiene una motivación profunda y sincera para la misión.

La motivación para la misión es el deseo sincero y ardiente de que Jesús sea conocido

y amado por quienes no lo conocen, así como uno lo conoce y lo ama.

Parte del proceso de preparación del misionero consiste en el discernimiento

de las motivaciones y razones más profundas que mueven a la persona para la misión.

Sin una motivación seria y sincera no hay vocación valedera.

Muchos (jóvenes sobre todo) sienten atracción por la misión, porque la ven

como un "irse lejos", traducido en un querer escaparse de la propia realidad,

huir de problemas, heridas o desilusiones que la vida les ha causado. En este caso,

la motivación principal no es "anunciar a Jesús" sino "solucionar un problema propio",

por lo que no existe una motivación sincera para la misión.

3.- El envío a la misión requiere un período (no breve) de formación y preparación. Normalmente, un proceso serio de envío misionero, se encauza desde la propia comunidad, mediante un seguimiento de por lo menos dos a tres años, en el cual se recibe

formación misionera, se va forjando y consolidando la propia espiritualidad misionera,

se recibe una orientación y acompañamiento tanto psicológico como estpiritual,

se adquieren las capacidades necesarias mediante experiencias progresivas de misión 

y, luego que se han adquirido las aptitudes necesarias (motivación firme y por razones valederas, estabilidad emocional, capacidad de trabajo en comunidad,  sólida formación

y espiritualidad), recién entonces se procede al envío misionero.


4.- La Misión es un estilo de vida, no una actividad pasajera: La misión no es

"algo que se hace", sino un estilo de vida. Por ello, requiere del misionero una opción

de vida. Esto quiere decir que, si has decidido ingresar a una congregación o instituto

como sacerdote o religios@ has tomado una opción de vida. Si, por otra parte, tu opción

de vida es ser laico (no quieres ser sacerdote ni religios@), primero debes tener

un proyecto de vida, dentro del cual estará la misión. Un proyecto de vida como laico,

implica la decisión de formar (o no) una familia y de tener una profesión u oficio.

Esto quiere decir que no es que vas a terminar tus estudios secundarios

(o como se llamen en tu país) y vas a "irte de misionero", sino que la cosa es al revés:

primero tienes que encaminar tu vida estudiando una carrera, o adquiriendo un oficio.... mientras tanto, te irás formando y viviendo la misión (si es que tu vocación es la misión

"en tu propia tierra"), o preparando para un envío misionero a otra tierra

(si es que es esa tu vocación).




¿Por dónde empiezo?


Primero que nada:

Discierne si quieres ser sacerdote, religios@ o laico (obviamente, esto no lo harás solo...

busca ayuda...)

Si piensas que tu camino es el sacerdocio o la vida religiosa, busca una comunidad, congregación o instituto misionero y ponte en contacto con ellos. Primero sería bueno

que, si en tu diócesis hay alguna, converses con alguien de allí para que te oriente personalmente. Si no, busca en otras diócesis. Busca al final de esta página, en el mapa

la página de tu país para ver qué congregaciones o institutos misioneros hay allí.
Si sientes que tu llamado es a ser laico (ni sacerdote, ni religios@), plantéate

los siguientes interrogantes:

¿Quieres formar una familia, casarte y tener hijos?

Si es así, pide a Dios que te ayude a encontrar a la persona que Él tiene pensada para tí,

y que juntos puedan compartir este anhelo misionero.
Si no, también puedes hacer tu opción por una vida célibe, consagrada a Dios,

pero en el mundo.



¿Cuál va a ser tu "lugar" en el mundo como laico? Como laico, tienes que encontrar

"tu" manera de insertarte en la sociedad. Esto lo harás por medio de una profesión

u oficio. Hoy en día es muy importante que todo laico se capacite y se forme para tener

una profesión u oficio. Por ello, tienes que discernir a qué quieres dedicar tu vida,

de qué vas a vivir, y abocarte a prepararte para ello: una carrera universitaria,

estudios técnicos, formación para un oficio, conseguir un trabajo...



¿De qué manera vas a vivir la misión dentro de este proyecto de vida? Tienes que discernir

a cuál de las maneras de vivir la misión te sientes llamado... Para ello, es bueno comenzar

con experiencias "cercanas". La misión no se da de un día para el otro... algo así como

que te surge la inquietud y al día siguiente te vas al Africa. Sino que requiere de todo

un proceso de discernimiento, preparación y formación. Para ello, lo más conveniente

para comenzar es:

Busca una comunidad o grupo misionero en tu diócesis y acércate.

Comparte con esta comunidad su vida y su misión, y así irás descubriendo mejor

tu vocación e irás experimentando lo que es la misión y preparándote y formándote. 

averigua en tu Parroquia, si en ella existe alguno de estos servicios, o si en tu diócesis

hay alguna comunidad misionera. Si no, contáctate con las Obras Misionales Pontificias

de tu diócesis o de tu paísy allí encontrarás mejor asesoramiento para tu inquietud. 
Si, iniciado este camino, sientes que el "irte a otra tierra" ( que es lo que comunmente

se llama misión ad gentes) es tu vocación, ponte en contacto con algún Centro de Formación Misionera Ad Gentes para iniciar tu discernimiento vocacional.

Para esto, ponte en contacto con la Dirección de Obras Misionales Pontificias

de tu diócesis para averiguar dónde queda el Centro de Formación Misionera Ad Gentes

más cercano a donde vives.












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