LOS SIETE SACRAMENTOS


DE LA IGLESIA CATÓLICA


 Los sacramentos de la Nueva Ley fueron instituidos por Cristo

y son siete, a saber: 

1.-Bautismo

            2.- Confirmación 

   3.-Eucaristía 

  4.-Penitencia

                              5.- Unción de los enfermos 

                  6.-Orden sacerdotal  

       7.-Matrimonio.


Los siete sacramentos corresponden a todas las etapas y todos

los momentos importantes de la vida del cristiano: dan nacimiento

y crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los cristianos.

Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida natural

y las etapas de la vida espiritual (Cf. S. Tomás de A., s. th. 3, 65,1).


Siguiendo esta analogía se explicarán en primer lugar los tres sacramentos de la iniciación cristiana , luego los sacramentos de la curación , finalmente, los sacramentos que están al servicio de la comunión y misión de los fieles .

Ciertamente este orden no es el único posible, pero permite ver que

los sacramentos forman un organismo en el cual cada sacramento particular tiene su lugar vital. En este organismo, la Eucaristía ocupa

un lugar único, en cuanto "sacramento de los sacramentos":

"todos los otros sacramentos están ordenados a éste como a su fin"

(S. Tomás de A., s. th. 3, 65,3).


 LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA


Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo,

la Confirmación y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda

vida cristiana.

"La participación en la naturaleza divina que los hombres reciben

como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía

con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural.

En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con

el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en

la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección

de la caridad" (Pablo VI, Const. apost. "Divinae consortium naturae";

Cf. OICA, praen. 1-2).




EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO


 El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana,

el pórtirtico de la vida en el espíritu ("vitae spiritualis ianua")

y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos

a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión

(Cf. Cc. de Florencia: DS 1314; ? CIC, can 204,1; ? 849; CCEO 675,1):

"Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo"

("El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra",Cath. R. 2, 2, 5).



I EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO


 Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter

del rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa "sumergir","introducir dentro del agua"; la "inmersión"

en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte

de Cristo de donde sale por la resurrección con Él (Cf. Rm 6,3-4;

Col 2,12) como "nueva criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15). 1215

Este sacramento es llamado también “baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo” (Tt 3,5), porque significa  y realiza

ese nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual "nadie puede

entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5).


 "Este baño es llamado iluminación porque quienes reciben

esta enseñanza (catequética)su espíritu es iluminado..."

(S. Justino, Apol. 1, 61, 12). Habiendo recibido en el Bautismo

al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9),

el bautizado,"tras haber sido iluminado" (Hb 10,32), se convierte

en "hijo de la luz" (1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8):

El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios...

lo llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad,baño de regeneración, sello y todo lo más precioso

que hay. Don, porque es conferidoa los que no aportan nada;

gracia, porque, es dado incluso a culpables; bautismo,

porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado

y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura,porque cubre nuestra vergüenza;

baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de

la soberanía de Dios (S. Gregorio Nacianceno, Or. 40,3-4).



​II EL BAUTISMO EN LA ECONOMÍADE LA SALVACIÓN



Las prefiguraciones del Bautismo en la Antigua Alianza 1217

En la Liturgia de la Noche Pascual, cuando se bendice el agua bautismal,

la Iglesia hace solemnemente memoria de los grandes acontecimientos

de la historia de la salvación que prefiguraban ya el misterio del Bautismo: ¡Oh Dios!, que realizas en tus sacramentos obras admirables

con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de tu criatura

el agua para significar la gracia del bautismo (MR, Vigilia Pascual, bendición del agua bautismal, 42).


Desde el origen del mundo, el agua, criatura humilde y admirable,

es la fuente de la vida y de la fecundidad. La Sagrada Escritura dice

que el Espíritu de Dios "se cernía" sobre ella(Cf. Gn 1,2):

¡Oh Dios!, cuyo espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía

sobre las aguas,para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar (MR, Iíd.).


 La Iglesia ha visto en el Arca de Noé una prefiguración de la salvación

por el bautismo.En efecto, por medio de ella "unos pocos, es decir,

ocho personas, fueron salvados a través del agua" (1 P 3,20):

¡Oh Dios!, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio

prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que

una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad

(MR, Ibíd.).


 Si el agua de manantial simboliza la vida, el agua del mar

es un símbolo de la muerte.Por lo cual, pudo ser símbolo del misterio

de la Cruz. Por este simbolismo el bautismo  significa la comunión

con la muerte de Cristo. 1221 Sobre todo el paso del Mar Rojo,

verdadera liberación de Israel de la esclavitud de Egipto,

es el que anuncia la liberación obrada por el bautismo:

¡Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos

de Abraham, para que el pueblo liberado de la esclavitud del faraón

fuera imagen de la familia de los bautizados (MR, Ibíd.). 1222

Finalmente, el Bautismo es prefigurado en el paso del Jordán,

por el que el pueblo de Dios recibe el don de la tierra prometida

a la descendencia de Abraham, imagen de la vida eterna.

La promesa de esta herencia bienaventuradase cumple

en la nueva Alianza.



El Bautismo de Cristo


Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan

en Cristo Jesús.

Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por S. Juan

el Bautista en el Jordán (Cf. Mt 3,13), y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles:

"Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas

en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles

a guardar todo lo que yo os he mandado"

(Mt 28,19-20; Cf. Mc 16,15-16).


 Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de S. Juan, destinado a los pecadores, para "cumplir toda justicia" (Mt 3,15).

Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento"

(Flp 2,7).

El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación

desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación,

y el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).


 En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado

(Mc 10,38; Cf. Lc 12,50).

La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (Cf. Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (Cf. 1 Jn 5,6-8): desde entonces,

es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5). Considera donde eres bautizado,de donde viene el Bautismo:

de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo.

Ahí está todo el misterio: Él padeció por ti. En él eres rescatado,

en él eres salvado.(S. Ambrosio, sacr. 2,6).



El bautismo en la Iglesia


Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado

el santo Bautismo.

En efecto, S. Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación:

"Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre

de Jesucristo,para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don

del Espíritu Santo" (Hch 2,38).

Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea

en Jesús: judíos,hombres temerosos de Dios, paganos

(Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15).


El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús

y te salvarás tú y tu casa", declara S. Pablo a su carcelero en Filipos.

El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo,

él y todos los suyos" (Hch 16,31-33). 1227 Según el apóstol S. Pablo,

por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo;

es sepultado y resucita con Él:

¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús,

fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados

por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre,

así también nosotros vivamos una vida nueva (Rm 6,3-4; Cf. Col 2,12).


Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27).

Por el Espíritu Santo,el Bautismo es un baño que purifica, santifica

y justifica (Cf. 1 Co 6,11; 12,13).


El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla

incorruptible" de la Palabra de Dios produce su efecto vivificador

(Cf. 1 P 1,23; Ef 5,26). S. Agustín dirá del Bautismo:

"Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum"

("Se une la palabra a la materia,y se hace el sacramento", ev. Io. 80,3




III LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO



La iniciación cristiana


Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue

un camino y una iniciación que consta de varias etapas.

Este camino puede ser recorrido rápida  o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra,

la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe,

el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística.


Esta iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos y según

las circunstancias.En los primeros siglos de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran desarrollo,con un largo periodo de catecumenado, y una serie de ritos preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación catecumenal y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana.


Desde que el bautismo de los niños vino a ser la forma habitual

de celebración de este sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación cristiana. Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige

un catecumenado postbautismal. No se trata sólo de la necesidad

de una instrucción posterior al Bautismo, sino del desarrollo necesario

de la gracia bautismal en el crecimientode la persona. Es el momento propio de la catequesis.


El Concilio Vaticano II ha restaurado para la Iglesia latina,

"el catecumenado de adultos,dividido en diversos grados" (SC 64).

Sus ritos se encuetran en el Ordo initiationis christianae adultorum (1972). Por otra parte, el Concilio ha permitido que "en tierras

de misión, además de los elementos de iniciación contenidos en

la tradición cristiana, pueden admitirse también aquellos que

se encuentran en uso en cada pueblo siempre que puedan acomodarse

al rito cristiano" (SC 65; Cf. SC 37-40).


Hoy, pues, en todos los ritos latinos y orientales la iniciación cristiana

de adultos comienza con su entrada en el catecumenado, para alcanzar

su punto culminante en una sola celebración de los tres sacramentos

del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía (Cf. AG 14; ? CIC can.851. ? 865. ? 866). En los ritos orientales la iniciación cristiana

de los niños comienza con el Bautismo, seguido inmediatamente por

la Confirmación y la Eucaristía, mientras que en el rito romano

se continúa durante unos años de catequesis, para acabar más tarde

con la Confirmación y la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana

(Cf. ? CIC can.851, 2; ? 868). 



La mistagogia de la celebración


El sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente

en los ritos de su celebración. Cuando se participa atentamente

en los gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician

en las riquezas que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado.


 La señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala la impronta

de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz.


El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada

a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe,

inseparable del Bautismo.

En efecto, el Bautismo es de un modo particular "el sacramento de la fe" por ser la entrada sacramental en la vida de fe.


Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su instigador, el diablo,se pronuncian uno o varios exorcismos sobre

el candidato. Este es ungido con el óleode los catecúmenos o bien

el celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente

a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a la cual

será "confiado" por el Bautismo (Cf. Rm 6,17). 1238 El agua bautismal

es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis

(en el momento mismo o en la noche pascual).

La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados

con ella "nazcan del agua y del Espíritu" (Jn 3,5).

1239 Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que significa y realiza la muerte al pecado

y la entrada en la vida de la SantísimaTrinidad a través de

la configuración con el Misterio pascual de Cristo.


El Bautismo es realizado de la manera más significativa mediante

la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad

puede ser también conferido derramando tres veces agua sobr

e la cabeza del candidato.


En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras

del ministro:

"N, Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo".

En las liturgias orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice:

"El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo

y del Espíritu Santo".

Y mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge

en el agua y lo saca de ella.

1241 La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado

por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado.

Ha llegado a ser un cristiano, es decir, "ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey

(Cf. OBP nº 62).


 En la liturgia de las Iglesias de Oriente, la unción postbautismal

es el sacramento de la Crismación (Confirmación). En la liturgia romana, dicha unción anuncia una segunda unción del santo crisma que dará

el obispo: el sacramento de la Confirmación que,por así decirlo, "confirma" y da plenitud a la unción bautismal.



 La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha "revestido

de Cristo" (Ga 3,27):ha resucitado con Cristo.

El cirio que se enciende en el cirio pascual, significa que Cristo

ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14; cf Flp 2,15).

El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.


 La primera comunión eucarística. Hecho hijo de Dios, revestido

de la túnica nupcial,el neófito es admitido "al festín de las bodas

del Cordero" y recibe el alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las Iglesias orientales conservan

una conciencia viva de la unidad de la iniciación cristiana por lo que

dan la sagrada comunión a todos los nuevos bautizados y confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las palabras del Señor:

"Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis"

(Mc 10,14).

La Iglesia latina, que reserva el acceso a la Sagrada Comunión a los que

han alcanzado el uso de razón, expresa cómo el Bautismo introduce

a la Eucaristía acercando al altar al niño recién bautizado para

la oración del Padre Nuestro.

 La bendición solemne cierra la celebración del Bautismo.

En el Bautismo de recién nacidos,

la bendición de la madre ocupa un lugar especial.



IV QUIÉN PUEDE RECIBIR EL BAUTISMO


"Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano, aún no bautizado,

y solo él" (? CIC, can. 864: CCEO, can. 679).


El Bautismo de adultos


 En los orígenes de la Iglesia, cuando el anuncio del evangelio está

aún en sus primeros tiempos, el Bautismo de adultos es la práctica

más común. El catecumenado (preparación para el Bautismo)

ocupa entonces un lugar importante. Iniciación a la fe y a la vida

cristiana,el catecumenado debe disponer a recibir el don de Dios

en el Bautismo, la Confirmación  y la Eucaristía.


 El catecumenado, o formación de los catecúmenos, tiene por finalidad permitir a estos últimos, en respuesta a la iniciativa divina y en unión

con una comunidad eclesial,llevar a madurez su conversión y su fe.

Se trata de una "formación y noviciado debidamente prolongado

de la vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo,

su Maestro.

Por lo tanto, hay que iniciar adecuadamente a los catecúmenos

en el misterio de la salvación,en la práctica de las costumbres

evangélicas y en los ritos sagrados que deben celebrarse en los tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de fe, la liturgia y la caridad

del Pueblo de Dios" (AG 14; Cf. OICA 19 y 98).


 Los catecúmenos "están ya unidos a la Iglesia, pertenecen ya a la casa

de Cristo y muchas veces llevan ya una vida de fe, esperanza y caridad" (AG 14). "La madre Iglesia los abraza ya con amor tomándolos a su cargo" (LG 14; Cf. ? CIC can. 206; ? 788,3).



El Bautismo de niños


 Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada

por el pecado original,los niños necesitan también el nuevo nacimiento

en el Bautismo (Cf. DS 1514)

para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio

de la libertad de los hijos de Dios (Cf. Col 1,12-14), a la que todos

los hombres están llamados.

La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta

particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia

y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios

si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento

(Cf. ? CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1).


 Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado

(Cf. LG 11; 41; GS 48; ? CIC can. 868).

 La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición

inmemorial de la Iglesia.Está atestiguada explícitamente desde

el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde  el comienzo de

la predicación apostólica, cuando "casas" enteras recibieron el Bautismo

(Cf. Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado también a los niños

(Cf. CDF, instr. "Pastoralis actio": AAS 72 [1980] 1137-56).


Fe y Bautismo


 El Bautismo es el sacramento de la fe (Cf. Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Sólo en la fe de la Iglesia

puede creer cada uno de los fieles.

La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. Al catecúmeno

o a su padrino se le pregunta:

"¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" y él responde: "¡La fe!".


 En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después

del Bautismo. Por eso,la Iglesia celebra cada año en la noche pascual

la renovación de las promesas del Bautismo.

La preparación al Bautismo sólo conduce al umbral de la vida nueva.

El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de la cual brota

toda la vida cristiana.


Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres.Ese es también el papel del padrino o de la madrina,

que deben ser creyentes sólidos,capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana

(Cf. ? CIC can. 872-874). Su tarea es una verdadera función eclesial

(officium; Cf. SC 67). Toda la comunidad eclesial participa de

la responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida

en el Bautismo.



V QUIÉN PUEDE BAUTIZAR


Son ministros ordinarios del Bautismo el obispo y el presbítero y,

en la Iglesia latina,también el diácono (Cf. ? CIC, can. 861,1;

CCEO, can. 677,1).

En caso de necesidad,cualquier persona, incluso no bautizada,

puede bautizar (Cf. ? CIC can. 861, § 2) si tiene la intención requerida y utiliza la fórmula bautismal trinitaria. La intención requerida

consiste en querer hacer lo que hace la Iglesia al bautizar.

La Iglesia ve la razón de esta posibilidad en la voluntad salvífica

universal de Dios (Cf. 1 Tm 2,4) y en la necesidad

del Bautismo para la salvación (Cf. Mc 16,16).



VI LA NECESIDAD DEL BAUTISMO


 El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (Cf. Jn 3,5).

Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar

a todas las naciones (Cf. Mt 28, 19-20; Cf. DS 1618; LG 14; AG 5).

El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que

el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir

este sacramento (Cf. Mc 16,16).

La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar

la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada

a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer "renacer

del agua y del espíritu" a todos los que pueden ser bautizados.

Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, pero

su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos.


 Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo,

son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo

de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.

 A los catecúmenos que mueren antes de su Bautismo, el deseo explícito

de recibir el bautismo unido al arrepentimiento de sus pecados

y a la caridad, les asegura la salvación que no han podido recibir

por el sacramento.

 "Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es realmente

una sola, es decir,la vocación divina. En consecuencia, debemos

mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que,

de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22; Cf. LG 16; AG 7). Todo hombre que, ignorando el evangelio

de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según

él la conoce,puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.


 En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios,que quiere que

todos los hombres se salven (Cf. 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con

los niños,que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí,

no se lo impidáis" (Mc 10,14),

nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada

de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo

por el don del santo bautismo.



VII LA GRACIA DEL BAUTISMO


 Los distintos efectos del Bautismo son significados por los elementos sensibles del rito sacramental. La inmersión en el agua evoca

los simbolismos de la muerte y de la purificación, pero también los de la regeneración y de la renovación. Los dos efectos principales, por tanto, son la purificación de los pecados y el nuevo nacimiento

en el Espíritu Santo (Cf. Hch 2,38; Jn 3,5). Para la remisión de los pecados...


Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original

y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado

(Cf. DS 1316). En efecto, en los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado

de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado,

la más grave de las cuales s la separación de Dios.


No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado,como los sufrimientos, la enfermedad,

la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades

de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la Tradición

llama concupiscencia, o "fomes peccati": "La concupiscencia, dejada

para el combate,no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien `el que legítimamente luchare, será coronado”(2 Tm 2,5)" (Cc de Trento: DS 1515).


“Una criatura nueva”


El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también

del neófito "una nueva creación" (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios

(Cf. Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina"

( 2 P 1,4), miembro de Cristo (Cf. 1 Co 6,15; 12,27), coheredero con él

(Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (Cf. 1 Co 6,19).


 La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia

de la justificación que :

– le hace capaz de creer en Dios, de esperar en él y de amarlo mediante

las virtudes teologales; – le concede poder vivir y obrar bajo la moción

del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo; – le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales. Así todo el organismo

de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo.



Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo



 El Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo.

"Por tanto...somos miembros los unos de los otros" (Ef 4,25).

El Bautismo incorpora a la Iglesia.

De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios

de la Nueva Alianza que trasciende todos los límites naturales

o humanos de las naciones, las culturas, las razas y los sexos:

"Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados,

para no formar más que un cuerpo"(1 Co 12,13).


1268 Los bautizados vienen a ser "piedras vivas" para "edificación

de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo" (1 P 2,5).


Por el Bautismo participan del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real,son "linaje elegido, sacerdocio real, nación santa,

pueblo adquirido, para anunciar

las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a

su admirable luz" (1 P 2,9).

El Bautismo hace participar en el sacerdocio común de los fieles.


 Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece

a sí mismo (1 Co 6,19),sino al que murió y resucitó por nosotros

(Cf. 2 Co 5,15). Por tanto, está llamado a someterse

a los demás (Ef 5,21; 1 Co 16,15-16), a servirles (Cf. Jn 13,12-15)

en la comunión de la Iglesia,y a ser "obediente y dócil" a los pastores

de la Iglesia (Hb 13,17) y a considerarlos con respeto y afecto

(Cf. 1 Ts 5,12-13).


Del mismo modo que el Bautismo es la fuente de responsabilidades

y deberes, el bautizado goza también de derechos en el seno de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser alimentado con la palabra de Dios y ser sostenido por los otros auxilios espirituales de la Iglesia

(Cf. LG 37; ? CIC can. 208-223; CCEO, can. 675,2).


Los bautizados "por su nuevo nacimiento como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG 11)  y de participar en la actividad apostólica

y misionera del Pueblo de Dios (Cf. LG 17; AG 7,23).


El vínculo sacramental de la unidad de los cristianos


 El Bautismo constituye el fundamento de la comunión entre todos

los cristianos,e incluso con los que todavía no están en plena comunión con la Iglesia católica:

"Los que creen en Cristo y han recibido ritualmente el bautismo están

en una cierta comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia católica... justificados por la fe en el bautismo, se han incorporado a Cristo;

por tanto, con todo derecho se honran con el nombre de cristianos

y son reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia Católica

como hermanos del Señor"(UR 3).

"Por consiguiente, el bautismo constituye un vínculo sacramental

de unidad, vigente entre los que han sido regenerados por él" (UR 22).


Un sello espiritual indeleble...


 Incorporado a Cristo por el Bautismo, el bautizado es configurado

con Cristo (Cf. Rm 8,29).

El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble (character) de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado

por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos

de salvación (Cf. DS 1609-1619).


Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado.


1273 Incorporados a la Iglesia por el Bautismo, los fieles han recibido

el carácter sacramental que los consagra para el culto religioso cristiano (Cf. LG 11). El sello bautismal capacita y compromete a los cristianos

a servir a Dios mediante una participación viva en la santa Liturgia

de la Iglesia y a ejercer su sacerdocio bautismal por el testimonio

de una vida santa y de una caridad eficaz (Cf. LG 10).


1274 El "sello del Señor" (Dominicus character: S. Agustín, Ep. 98,5),

es el sello con que el Espíritu Santo nos ha marcado "para el día de la redención" (Ef 4,30; Cf. Ef 1,13-14; 2 Co 1,21-22).

"El Bautismo, en efecto, es el sello de la vida eterna"(S. Ireneo, Dem., 3). El fiel que "guarde el sello" hasta el fin, es decir, que permanezca fiel

a las exigencias de su Bautismo, podrá morir marcado con "el signo

de la fe" (MR, Canon romano, 97), con la fe de su Bautismo,

en la espera de la visión bienaventurada de Dios –consumación de la fe–

y en la esperanza de la resurrección. 












































EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN



Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye

el conjunto de los "sacramentos de la iniciación cristiana", cuya unidad

debe ser salvaguardada. Es preciso, pues,explicar a los fieles que la recepción

de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal

(Cf. OCf, Praenotanda 1). En efecto, a los bautizados "el sacramento

de la confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con

una fortaleza especial del Espíritu Santo.

De esta forma se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo,

a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras"

(LG 11; Cf. OCf, Praenotanda 2):



I LA CONFIRMACIÓN EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN



1286 En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado (Cf. Is 11,2) para realizar su misión salvífica

(Cf. Lc 4,16-22; Is 61,1).

El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo

de que él era el que debía venir, el Mesías, el Hijo de Dios (Mt 3,13-17; Jn 1,33- 34). Habiendo sido concedido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión

se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da

"sin medida" (Jn 3,34).

Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico (Cf. Ez 36,25-27; Jl 3,1-2).

En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu

(Cf. Lc 12,12; Jn 3,5-8;7,37- 39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa que realizó primero

el día de Pascua (Jn 20,22) y luego,de manera más manifiesta el día de Pentecostés (Cf. Hch 2,1-4). Llenos del Espíritu Santo,los Apóstoles comienzan a proclama

r "las maravillas de Dios" (Hch 2,11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu

es el signo de los tiempos mesiánicos (Cf. Hch 2, 17-18).

Los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron bautizar, recibieron

a su vez el dondel Espíritu Santo (Cf. Hch 2,38).


 "Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la imposición de las manos, el don

del Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo

(Cf. Hch 8,15-17; 19,5-6).

Esto explica por qué en la Carta a los Hebreos se recuerda,entre los primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del bautismo y de la imposición

de las manos (Cf. Hb 6,2). Es esta imposición de las manos la que ha sido

con toda razón considerada por la tradición católica como el primitivo origen

del sacramento de la Confirmación, el cual perpetúa,en cierto modo, en la Iglesia,

la gracia de Pentecostés" (Pablo VI, const. apost."Divinae consortium naturae").


 Muy pronto, para mejor significar el don del Espíritu Santo, se añadió

a la imposición de las manos una unción con óleo perfumado (crisma).

Esta unción ilustra el nombre de "cristiano" que significa  "ungido" y que tiene

su origen en el nombre de Cristo, al que "Dios ungió con el Espíritu Santo"

(Hch 10,38). Y este rito de la unción existe hasta nuestros días tanto en Oriente

como en Occidente.

Por eso en Oriente, se llama a este sacramento crismación, unción con el crisma,

o myron, que significa"crisma". En Occidente el nombre de Confirmación sugiere

que este sacramento al mismo tiempo confirma el Bautismo y robustece

la gracia bautismal. 



Dos tradiciones: Oriente y Occidente 


En los primeros siglos la Confirmación constituye generalmente una única

celebración con el Bautismo,y forma con éste, según la expresión de S. Cipriano,

un "sacramento doble. Entre otras razones, la multiplicación de los bautismos

de niños, durante todo el tiempo del año, y la multiplicación

de las parroquias (rurales), que agrandaron las diócesis, ya no permite

la presencia del obispo en todas las celebraciones bautismales.

En Occidente, por el deseo de reservar al obispo el acto de conferir la plenitud

al Bautismo, se establece la separación temporal de ambos sacramentos.

El Oriente ha conservado unidos los dos sacramentos, de modo que la Confirmación

es dada por el presbítero que bautiza. Este, sin embargo,sólo puede hacerlo

con el "myron" consagrado por un obispo (Cf. CCEO, can. 695,1; 696,1). 



 Una costumbre de la Iglesia de Roma facilitó el desarrollo de la práctica occidental; había una doble unción 
con el santo crisma después del Bautismo: realizada ya

una por el presbítero al neófito al salir del baño bautismal, es completada por

una segunda unción hecha por el obispo en la frente de cada unode los recién bautizados (véase S. Hipólito de Roma, Trad. Ap. 21). La primera unción

con el santo crisma,la que daba el sacerdote, quedó unida al rito bautismal;

significa la participación del bautizado en las funciones profética, sacerdotal

y real de Cristo. Si el Bautismo es conferido a un adulto, sólo hayuna unción postbautismal: la de la Confirmación. 



 La práctica de las Iglesias de Oriente destaca más la unidad de la iniciación cristiana. La de la Iglesia latina expresa más netamente la comunión del nuevo cristiano

con su obispo, garante y servidor de la unidad de su Iglesia, de su catolicidad

y su apostolicidad, y por ello, el vínculo con los orígenes apostólicos

de la Iglesia de Cristo. 



II LOS SIGNOS Y EL RITO DE LA CONFIRMACIÓN 


 En el rito de este sacramento conviene considerar el signo de la unción y lo que

la unción designae imprime: el sello espiritual. 

La unción, en el simbolismo bíblico y antiguo, posee numerosas significaciones:

el aceite es signo de abundancia (Cf. Dt 11,14, etc.) y de alegría (Cf. Sal 23,5; 104,15); purifica (unción antes y después del baño) y da agilidad (la unción de los atletas

y de los luchadores); es signo de curación, pues suaviza las contusiones

y las heridas (Cf. Is 1, 6; Lc 10, 34) y el ungido irradia belleza, santidad y fuerza. 



Todas estas significaciones de la unción con aceite se encuentran en la vida sacramental. La unción antes 
del Bautismo con el óleo de los catecúmenos significa purificación y fortaleza; la unción de los enfermos expresa curación y el consuelo.

La unción del santo crisma después del Bautismo, en la Confirmación

y en la Ordenación, es el signo de una consagración. Por la Confirmación,

los cristianos, es decir, los queson ungidos, participan más plenamente

en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo

que éste posee, a fin de que toda su vida desprenda "el buen olor de Cristo"

(Cf. 2 Co 2,15). 



 Por medio de esta unción, el confirmando recibe "la marca", el sello

del Espíritu Santo. El sello es el símbolo de la persona (Cf. Gn 38, 18; Ct 8, 9),

signo de su autoridad (Cf. Gn 41,42), de su propiedad sobre un objeto

(Cf. Dt 32,34) -por eso se marcaba a los soldados con el sello de su jefe

y a los esclavos con el de su señor -; autentifica un acto jurídico (Cf. 1 R 21,8)

o un documento (Cf. Jr 32,10) y lo hace, si es preciso,secreto (Cf. Is 29,11). 


 Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre (Cf. Jn 6,27).

El cristiano también está marcado con un sello: "Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que

nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones"

(2 Co 1,22; Cf. Ef 1,13; 4,30).

Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total a Cristo, la puesta

a su servicio para siempre,pero indica también la promesa de la protección divina

en la gran prueba escatológica(Cf. Ap 7, 2-3; 9, 4; Ez 9, 46). 




La celebración de la Confirmación 


Un momento importante que precede a la celebración de la Confirmación,

pero que, en cierta manera forma parte de ella, es la consagración del santo crisma.

Es el obispo quien, el Jueves Santo, en el transcurso  de la Misa crismal, consagra

el santo crisma para toda su Diócesis. En las Iglesias de Oriente,esta consagración

está reservada al Patriarca: 

La liturgia de Antioquía expresa así la epíclesis de la consagración del santo crisma (myron):

" (Padre... envía tu Espíritu Santo) sobre nosotros y sobre este aceite que

está delante de nosotros y conságralo, de modo que sea para todos los que sean ungidos y marcados con él, myron santo,myron sacerdotal, myron real, unción de alegría, vestidura de la luz, manto de salvación, don espiritual, santificación de

las almas y de los cuerpos, dicha imperecedera, sello indeleble, escudo de la fe

y casco terrible contra todas las obras del Adversario". 



 Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, como es el caso

en el rito romano,la liturgia del sacramento comienza con la renovación

de las promesas del Bautismo y la profesión de fe de los confirmandos.

Así aparece claramente que la Confirmación constituye una prolongación

del Bautismo (Cf. SC 71). Cuando es bautizado un adulto, recibe inmediatamente

la Confirmación y participa en la Eucaristía (Cf. ? CIC can.866). 



 En el rito romano, el obispo extiende las manos sobre todos los confirmandos,

gesto que, desde el tiempo de los apóstoles, es el signo del don del Espíritu.

Y el obispo invoca así la efusión del Espíritu: 

Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste,

por el agua y el Espíritu Santo,a estos siervos tuyos y los libraste del pecado:

escucha nuestra oración y envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza,

de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor.

Por Jesucristo nuestro Señor. 



 Sigue el rito esencial del sacramento. En el rito latino, "el sacramento de la confirmación es conferido 
por la unción del santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano, y con estas palabras:

"Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo"

(Pablo VI, Const. Ap. Divinae consortium naturae).


En las Iglesias orientales, la unción del myron se hace después de una oración

de epíclesis, sobre las partes más significativas del cuerpo: la frente, los ojos,

la nariz, los oídos, los labios, el pecho, la espalda, las manos y los pies, y cada unción va acompañada de la fórmula: "Sello del don que es el Espíritu Santo". 


 El beso de paz con el que concluye el rito del sacramento significa y manifiesta

la comunión eclesial con el obispo y con todos los fieles (Cf. S. Hipólito, Trad. ap. 21). 




III LOS EFECTOS DE LA CONFIRMACIÓN 


 De la celebración se deduce que el efecto del sacramento es la efusión especial

del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los Apóstoles el día

de Pentecostés.  Por este hecho, la Confirmación confiere crecimiento y profundidad

a la gracia bautismal: 
– nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir

"Abbá, Padre" (Rm 8,15).; 
– nos une más firmemente a Cristo; 
– aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo; 
– hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (Cf. LG 11); 
– nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender

la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo,

para confesar valientemente el nombre de Cristo y para  no sentir jamás vergüenza

de la cruz (Cf. DS 1319; LG 11,12): 
Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu 
de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento

y de piedad, el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido.

Dios Padre te ha marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado

y ha puesto en tu corazón la prenda del Espíritu (S. Ambrosio, Myst. 7,42).


 
 La Confirmación, como el Bautismo del que es la plenitud, sólo se da una vez.

La Confirmación, en efecto, imprime en el alma una marca espiritual indeleble,

el "carácter" (Cf. DS 1609),que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza  de lo alto para que sea su testigo (Cf. Lc 24,48-49). 
 El "carácter" perfecciona el sacerdocio común de los fieles, recibido en el Bautismo,

y "el confirmado recibe el poder de confesar la fe de Cristo públicamente,

y como en virtud de un cargo (quasi ex officio)"(S. Tomás de A., s. th. 3, 72,5, ad 2). 




IV QUIÉN PUEDE RECIBIR ESTE SACRAMENTO 


 Todo bautizado, aún no confirmado, puede y debe recibir el sacramento

de la Confirmación (Cf. ? CIC can. 889, 1). Puesto que Bautismo, Confirmación

y Eucaristía forman una unidad, de ahí se sigue que "los fieles tienen

la obligación de recibir este sacramento en tiempo oportuno" ( ? CIC, can. 890), porque sin la Confirmación y la Eucaristía el sacramento del Bautismo

es ciertamente válido y eficaz, pero la iniciación cristiana  queda incompleta. 
La costumbre latina, desde hace siglos, indica "la edad del uso de razón",

como punto de referencia para recibir la Confirmación. Sin embargo, en peligro

de muerte, se debe confirmar a los niños incluso si no han alcanzado todavía

la edad del uso de razón (Cf. ? CIC can. 891; ? 893,3). 
 Si a veces se habla de la Confirmación como del "sacramento de

la madurez cristiana", es preciso,sin embargo, no confundir la edad adulta de la fe

con la edad adulta del crecimiento natural, ni olvidarque la gracia bautismal

es una gracia de elección gratuita e inmerecida que no necesita

una "ratificación" para hacerse efectiva. Santo Tomás lo recuerda: 

La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para el alma. Así, incluso

en la infancia, el hombre puede recibir la perfección de la edad espiritual

de que habla la Sabiduría (4,8): `la vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por el número de los años”. Así numerosos niños, gracias a la fuerza

del Espíritu Santo que habían recibido, lucharon valientemente y hasta la sangre

por Cristo (s. th. 3, 72,8,ad 2). 



La preparación para la Confirmación debe tener como meta conducir al cristiano

a una unión más íntima con Cristo, a una familiaridad más viva

con el Espíritu Santo, su acción, sus dones y sus llamadas, a fin de poder asumir

mejor las responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Por ello, la catequesis

de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la pertenencia

a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia universal como a la comunidad parroquial. Esta última tiene una responsabilidad particular en la preparación de los confirmandos (Cf. OCf, Praenotanda 3). 



 Para recibir la Confirmación es preciso hallarse en estado de gracia.

Conviene recurrir al sacramento de la Penitencia para ser purificado en atención

al don del Espíritu Santo. Hay que prepararse con una oración más intensa

para recibir con docilidad y disponibilidad la fuerza y las gracias del Espíritu Santo

(Cf. Hch 1,14). 



 Para la Confirmación, como para el Bautismo, conviene que los candidatos busquen

la ayuda espiritual de un padrino o de una madrina. Conviene que sea el mismo

que para el Bautismo a fin de subrayar

la unidad entre los dos sacramentos (Cf. OCf, Praenotanda 5.6; ? CIC can. 893, 1.2). 



V EL MINISTRO DE LA CONFIRMACIÓN 


 El ministro originario de la Confirmación es el obispo (LG 26). 
En Oriente es ordinariamente el presbítero que bautiza quien da también inmediatamente la Confirmación 
en una sola celebración. Sin embargo, lo hace

con el santo crisma consagrado por el patriarca o el obispo,lo cual expresa

la unidad apostólica de la Iglesia cuyos vínculos son reforzados por el sacramento

de la Confirmación. En la Iglesia latina se aplica la misma disciplina en los bautismos de adultos y cuando es admitido a la plena comunión con la Iglesia un bautizado

de otra comunidad cristiana que no ha recibido válidamente el sacramento

de la Confirmación (Cf. ? CIC can 883,2). 


 En el rito latino, el ministro ordinario de la Confirmación es el obispo

(? CIC can. 882). Aunque el obispo puede, en caso de necesidad, conceder

a presbíteros la facultad de administrar el sacramento  de la Confirmación

(? CIC can. 884,2), conviene que lo confiera él mismo, sin olvidar que

por esta razón la celebración de la Confirmación fue temporalmente separada

del Bautismo. Los obispos son los sucesores de los apóstoles y han recibido

la plenitud del sacramento del orden. Por esta razón, la administración

de este sacramento por ellos mismos pone de relieve que la Confirmación

tiene como efecto unir a los que la reciben más estrechamente a la Iglesia,

a sus orígenes apostólicos y a su misión de dar testimonio de Cristo. 
 Si un cristiano está en peligro de muerte, cualquier presbítero puede darle

la Confirmación (Cf. ? CIC can. 883,3). En efecto, la Iglesia quiere que ninguno

de sus hijos, incluso en la más tierna edad, salga de este mundo sin haber sido perfeccionado por el Espíritu Santo con el don de la plenitud de Cristo. 






























































EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA 




1322 La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana.

Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por

el Bautismo y configurados más profundamentecon Cristo por

la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda

la comunidad en el sacrificio mismo del Señor. 


1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue

entregado, instituyóel sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre

para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz

y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia,el memorial de su muerte

y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo

de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma

se llena de gracia y se nos dauna prenda de la gloria futura" (SC 47). 



I LA EUCARISTÍA, FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA ECLESIAL 


 La Eucaristía es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11).

"Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales

y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de

la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO 5). 

"La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios

y la unidad del Pueblo de Dios por las que la Iglesia es ella misma.

En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo

los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (CdR, inst. "Eucharisticum mysterium" 6). 


1326 Finalmente, la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia

del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos

(Cf. 1 Co 15,28). 


En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez

la Eucaristía confirma nuestra manera  de pensar"

(S. Ireneo, haer. 4, 18, 5). 



II EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO 


 La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante

los distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama: Eucaristía porque es acción

de gracias a Dios. Las palabras "eucharistein"(Lc 22,19; 1 Co 11,24)

y "eulogein" (Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones judías

que proclaman -sobre todo durante la comida - las obras de Dios:

la creación, la redención y la santificación. 


Banquete del Señor (Cf. 1 Co 11,20) porque se trata de la Cena

que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión

y de la anticipación del banquete de bodas  del Cordero (Cf. Ap 19,9)

en la Jerusalén celestial.  


Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue

utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza

de familia (Cf. Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19),sobre todo en la última Cena

(Cf. Mt 26,26; 1 Co 11,24).

En este gesto los discípulos lo reconocerán después de su resurrección

(Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron

sus asambleas eucarísticas (Cf. Hch 2,42.46; 20,7.11).

Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo,entran en comunión con él y forman un solo

cuerpo en él (Cf. 1 Co 10,16-17).  


Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía es celebrada

en la asamblea de los fieles, expresión visible de la Iglesia

(Cf. 1 Co 11,17-34). 


 Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor. 


Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador

e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también santo sacrificio de la misa, "sacrificio de alabanza"(Hch 13,15; Cf. Sal 116, 13.17), sacrificio espiritual (Cf. 1 P 2,5), sacrificio puro (Cf. Ml 1,11) y santo, puesto que completa

y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza. 

Santa y divina Liturgia, porque toda la liturgia de la Iglesia encuentra

su centro y su expresión más densa en la celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la llama también celebración de los santos misterios. Se habla también del Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de los Sacramentos. Con este nombre se designan

las especies eucarísticas guardadas en el sagrario. 


Comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que

nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo

cuerpo  (Cf. 1 Co 10,16-17); se la llama también

las cosas santas [ta hagia; sancta] (Const. Apost. 8, 13, 12; Didaché 9,5; 10,6)

-es el sentido primero de la comunión de los santos de que habla

el Símbolo de los Apóstoles ,pan de los ángeles, pan del cielo, medicina

de inmortalidad (S. Ignacio de Ant. Eph 20,2),viático... 


Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina 
con el envío de los fieles (missio) a fin de que cumplan

la voluntad de Dios en su vida cotidiana. 




III LA EUCARISTÍA EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN 


Los signos del pan y del vino 



 En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan

y el vino que,por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpoy la Sangre de Cristo.

Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que él hizo la víspera de su pasión:

"Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de vino...".

Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo,

los signos  del pan y del vino siguen significando también la bondad

de la creación. Así, en el ofertorio,damos gracias al Creador por el pan

y el vino (Cf. Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve

en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció pan y vino"

(Gn 14,18) una prefiguración de su propia ofrenda

(Cf. MR, Canon Romano 95). 



 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias 
de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran

la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná

del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra

de Dios (Dt 8,3).


Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida,

prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición"

(1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica

del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando

un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz. 



Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo

la bendición, partióy distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran  la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (Cf. Mt 14,13-21; 15, 3229).

El signo del agua convertida en vino en Caná (Cf. Jn 2,11) anuncia ya

la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento

del banquete de las bodas en el Reino del Padre,donde los fieles

beberán el vino nuevo (Cf. Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo. 



El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que

el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje,

¿quién puede escucharlo?" (Jn 6,60).

La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio,

y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor, resuena a través

de las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don

de su Eucaristía es acogerlo a él mismo. 




La institución de la Eucaristía 


El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin.

Sabiendo que había llegadola hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena,les lavó los pies y les dio

el mandamiento del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles una prenda

de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes

de su Pascua, instituyóla Eucaristía como memorial de su muerte

y de su resurrección y ordenó a sus apóstolescelebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento"

(Cc. de Trento: DS 1740). 


 Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo nos han transmitido el relato

de la institución de la Eucaristía; por su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan

la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como

el pan de vida, bajado del cielo (Cf. Jn 6). 


 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había

anunciado en Cafarnaúm:

dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre: 
Llegó el día de los Azimos, en el que se había de inmolar el cordero

de Pascua; (Jesús) envió a Pedro y a Juan, diciendo: `Id y preparadnos

la Pascua para que la comamos”...fueron...y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo:

`Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios”... Y tomó pan,dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: `Esto es mi cuerpo que va a ser entregadopor vosotros;

haced esto en recuerdo mío”. De igual modo, después de cenar, el cáliz,

diciendo: `Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros”

(Lc 22, 7-20; Cf. Mt 26, 17-29; Mc 14, 12-25; 1 Co 11, 23-26). 


 Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en el transcurso

del banquete pascual, Jesúsdio su sentido definitivo a la pascua judía.

En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte

y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena

y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía

y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino. 



"Haced esto en memoria mía" 


 El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras

"hasta que venga" (1 Co 11,26),no exige solamente acordarse de Jesús

y de lo que hizo. Requiere la celebración litúrgica  por los apóstoles

y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte,

de su resurrección y de su intercesión junto al Padre. 


 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia

de Jerusalén se dice:  Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna,a la fracción del pan y a las oraciones... Acudían al Templo todos los días con perseverancia

y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban

el alimento con alegríay con sencillez de corazón (Hch 2, 42.46). 



 Era sobre todo "el primer día de la semana", es decir, el domingo,

el día de la resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían

para "partir el pan" (Hch 20,7). Desde entonces hasta nuestros días

la celebración de la Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy

la encontramos por todas partes en la Iglesia, con la misma estructura fundamental.Sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia. 



Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual

de Jesús "hasta que venga" (1 Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda estrechade la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino. 




IV LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA DE LA EUCARISTÍA 


La misa de todos los siglos 


Desde el siglo II, según el testimonio de S. Justino mártir, tenemos

las grandes líneas  del desarrollo de la celebración eucarística.

Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través de

la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas.

He aquí lo que el santo escribe, hacia el año 155, para explicar al

emperador pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos: 


El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio

de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como

es posible.  

Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para

incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.  

Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y por todos los demás donde quiera que estén a fin de que seamos hallados justos

en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna. 

Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros. 
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua

y de vino mezclados.

El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo,

por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de

estos dones. Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias

todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén. 

Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los queentre nosotros se llaman diáconos distribuyen

a todos los que están presentes pan,vino y agua "eucaristizados" y los llevan a los ausentes (S. Justino, apol. 1, 65; 67). 



La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que 
se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica: 


— La reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía

y la oración universal; 
— la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias 
consecratoria y la comunión. 

Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas

"un solo acto de culto" (SC 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dio

s y la del Cuerpo del Señor (Cf. DV 21). 



 He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con sus discípulos:
en el camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos"tomó el pan, pronunció la bendición,

lo partió y se lo dio" (Cf. Lc 24,13- 35). 



El desarrollo de la celebración 


Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para

la asamblea eucarística.

A su cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía.

Él es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente toda celebración eucarística.

Como representante suyo, el obispo o el presbítero (actuando "in persona Christi capitis")preside la asamblea, toma la palabra después

de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística.

Todos tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera:

los lectores, los que presentan las ofrendas, los que dan la comunión,

y el pueblo entero cuyo "Amén" manifiesta su participación. 



 La liturgia de la Palabra comprende "los escritos de los profetas",

es decir,el Antiguo Testamento, y "las memorias de los apóstoles",

es decir sus cartas y los Evangelios; después la homilía que exhorta

a acoger esta palabra como lo que es verdaderamente, Palabra de Dios

(Cf. 1 Ts 2,13), y a ponerla en práctica; vienen luego las intercesiones

por todos los hombres, según la palabra del Apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones

de gracias por todos los hombres; por los reyesy por todos

los constituidos en autoridad" (1 Tm 2,1-2). 



 La presentación de las ofrendas (el ofertorio): entonces se lleva al altar,

a veces en procesión,el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico en el que se convertirán

en su Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando pan y una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación, pura,al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene

de su creación"(S. Ireneo, haer. 4, 18, 4; Cf. Ml 1,11).

La presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo.

Él es quien, en su sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios. 


Desde el principio, junto con el pan y el vino para la Eucaristía,

los cristianos presenta también sus dones para compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbrede la colecta (Cf. 1 Co 16,1), siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos (Cf. 2 Co 8,9): 

Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha impuesto;

lo que es recogido es entregado al que preside, y él atiende

 a los huérfanos y viudas, a los que la enfermedadu otra causa priva

de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una palabra, socorre

a todos los que están en necesidad (S. Justino, apol. 1, 67,6). 



 La Anáfora:


Con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de

consagración llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración: 

En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, la redención y

la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza

incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos,

cantan al Dios tres veces santo; 

 En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo

(o el poder de su bendición (Cf. MR, canon romano, 90) sobre el pan

y el vino, para que se conviertan por su poder,  en el Cuerpo y la Sangre

de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía sean

un solo cuerpo y un solo espíritu (algunas tradiciones litúrgicas

colocan la epíclesis después de la anámnesis); en el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder

del Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies

de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz

de una vez para siempre;  en la anámnesis que sigue, la Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con él; 
en las intercesiones, la Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra

en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos

y de los difuntos, y en comunióncon los pastores de la Iglesia, el Papa,

el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos

y todos los obispos del mundo entero con sus iglesias. 



 En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción

del pan, los fieles reciben "el pan del cielo" y "el cáliz de la salvación",

el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6,51): 

Porque este pan y este vino han sido, según la expresión antigua "eucaristizados", "llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él si no cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados

y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo"

(S. Justino, apol. 1, 66,1-2).  




V EL SACRIFICIO SACRAMENTAL:

ACCIÓN DE GRACIAS, MEMORIAL, PRESENCIA 



 Si los cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma

que, en su substancia,no ha cambiado a través de la gran diversidad

de épocas y de liturgias, sucede porque sabemos

que estamos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión:

"haced esto en memoria mía" (1 Co 11,24-25). 


 Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de

su sacrificio. Al hacerlo,ofrecemos al Padre lo que él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre

del mismo Cristo: Así Cristo se hace real y misteriosamente presente.


 
 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía 
— como acción de gracias y alabanza al Padre

— como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,

— como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu. 


La acción de gracias y la alabanza al Padre 


 La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo

en la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias

por la obra de la creación.

En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios

es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo.

Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción

de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo

en la creación y en la humanidad. 


 La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre,

una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios

por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado

mediante la creación, la redención y la santificación. "Eucaristía" significa, ante todo,acción de gracias. 



La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual

la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación.

Este sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: él une

los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera

que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en él. 



El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia 


 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización

y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos,

tras las palabras de la institución, una oración llamada anámnesis

o memorial. 


 En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es solamente el recuerdo 
de los acontecimientos del pasado, sino

la proclamación de las maravillas que Dios  ha realizado en favor

de los hombres (Cf. Ex 13,3). En la celebración litúrgica,

estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales.

De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la pascua,los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes

a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos. 


El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento.

Cuando la Iglesia celebrala Eucaristía, hace memoria de la Pascua

de Cristo y esta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció

de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual

(Cf. Hb 7,25-27):

"Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz,

en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra

de nuestra redención" (LG 3). 


Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también

un sacrificio.

El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución:

"Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es

la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros"

(Lc 22,19-20).

En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó

en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos para remisión

de los pecados" (Mt 26,28). 


 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto: 

(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar

para ellos (los hombres) una redención eterna. Sin embargo, como

su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en que fue entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar

a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama

la naturaleza humana)donde sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicaría

a la redención de los pecados que cometemos cada día

(Cc. de Trento: DS 1740). 


El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues,

un único sacrificio:

"Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio

de los sacerdotes,que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz.

Sólo difiere la manera de ofrecer":

(Cc. de Trento, Sess. 22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la Misa,

se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar

de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento"; …

este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio" (Ibíd.). 


 La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es

el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella

se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos

los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también

el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles,

su alabanza, su sufrimiento,su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio

de Cristo, presente sobre el altar, da a todas alas generaciones

de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda. 


En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como

una mujer en oración,los brazos extendidos en actitud de orante.

Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz,por él, con él y en él,

la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres. 


Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.

Encargado del ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado

a toda celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo

y servidor de la unidad de la Iglesia universal. El obispo del lugar

es siempre responsable de la Eucaristía, incluso cuando es presidida

por un presbítero;el nombre del obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia de la Iglesia particularen medio del presbiterio

y con la asistencia de los diáconos. La comunidad intercede también

por todos los ministros que, por ella y con ella, ofrecen el sacrificio eucarístico: 
Que sólo sea considerada como legítima la eucaristía que se hace bajo

la presidencia del obispo o de quien él ha señalado para ello

(S. Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8,1). 

Por medio del ministerio de los presbíteros, se realiza a la perfección

el sacrificio espiritua de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador. Este, en nombrede toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, se ofrece incruenta y sacramentalmente

en la Eucaristía, hasta que el Señor venga (PO 2). 


 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están todavía aquí abajo, sino también
los que están ya en la gloria del cielo:

La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico en comunión

con la santísima Virgen María y haciendo memoria de ella así como

de todos los santos y santas.

En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz,

unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo. 


 El sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos

"que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados" (Cc. de Trento: DS 1743),para que puedan entrar en la luz y la paz

de Cristo: 
Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más

su cuidado; solamente os ruegoque, dondequiera que os hallareis,

os acordéis de mi ante el altar del Señor

(S. Mónica, antes de su muerte, a S. Agustín y su hermano; Conf. 9,9,27). 


A continuación oramos (en la anáfora) por los santos padres y obispos difuntos, y en general
por todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho  para las almas, en favor

de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se halla presente

la santa y adorable víctima... Presentando a Dios nuestras súplicas

por los que han muerto,aunque fuesen pecadores,...

presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo

propicio para ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres

(s. Cirilo de Jerusalén, Cateq. mist. 5, 9.10). 


 S. Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa

a una participación cada vez más completa en el sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía: 

Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad

de los santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal por

el Sumo Sacerdote que, bajo la forma de esclavo,llegó a ofrecerse

por nosotros en su pasión, para hacer de nosotros el cuerpo

de una tan gran Cabeza... Tal es el sacrificio de los cristianos:

"siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo en Cristo"

(Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo

en el Sacramento del altar bien conocido de los fieles, donde

se muestra que en lo que ella ofrece se ofrece a sí misma (civ. 10,6). 



La presencia de Cristo por el poder


de su Palabra y del Espíritu Santo 


 "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios

e intercede por nosotros"(Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (Cf. LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia,

"allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20),

en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46),

en los sacramentos de los que él es autor,en el sacrificio de la misa

y en la persona del ministro. Pero, "sobre todo, (está presente)

bajo las especies eucarísticas" (SC 7). 



 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía 
por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos

los sacramentos" (S. Tomás de A., s. th. 3, 73, 3).

En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma

y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de Trento: DS 1651).

"Esta presencia se denomina `real”, no a título exclusivo,

como si las otras presencias no fuesen `reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre,se hace

totalmente presente" (MF 39). 


 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre,

Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia

en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo

para obrar esta conversión.


Así, S. Juan Crisóstomo declara que: 
No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan

en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado

por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios.

Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6). 


Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión: 
Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza

ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que

la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por

la bendición la naturaleza misma resulta cambiada...

La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía,

¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía?

Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela (myst. 9,50.52). 


 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma:

"Porque Cristo, nuestro Redentor,dijo que lo que ofrecía bajo la especie

de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre

en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio:

por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda

la substancia del panen la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor

y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre;

la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente

a este cambio transubstanciación" (DS 1642). 


 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento

de la consagración y duratodo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies

y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción

del pan no divide a Cristo (Cf. Cc. de Trento: DS 1641). 


El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra

fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino,

entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente

en señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado

y continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento

de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera

de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren

con solemnidad, llevándolas en procesión" (MF 56). 


El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía 
para que pudiera ser llevada a los enfermos

y ausentes fuera de la misa. Por la profundización

de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente

bajo las especies eucarísticas.

Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente

digno de la iglesia;debe estar construido de tal forma que subraye

y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en

el santo sacramento. 



 Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente

en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar

a los suyos bajo su forma visible,quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado

"hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como

quien nos amó y se entregópor nosotros (Cf. Ga 2,20), y se queda

bajo los signos que expresan y comunican este amor: 
La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe

y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo.

No cese nunca nuestra adoración.

(Juan Pablo II, lit. Dominicae Cenae, 3). 



 "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre

de Cristo en este sacramento, `no se conoce por los sentidos, dice

S. Tomás, sino solo por la fe,la cual se apoya en la autoridad de Dios”.

Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22,19:

`Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”, S. Cirilo declara: `No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe

las palabras del Señor, porque él,que es la Verdad, no miente"

(S. Tomás de Aquino, s. th. 3,75,1, citado por Pablo VI, MF 18): 
Adoro te devote, latens Deitas, Quae sub his figuris vere latitas:

Tibi se cor meum totum subjicit, Quia te contemplans totum deficit.  
Visus, gustus, tactus in te fallitur, Sed auditu solo tuto creditur:

Credo quidquod dixit Dei Filius: Nil hoc Veritatis verbo verius. 
 (Adórote devotamente, oculta Deidad, que bajo estas sagradas especies

te ocultas verdaderamente: A ti mi corazón totalmente se somete,

pues al contemplarte,se siente desfallecer por completo.  

La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces; sólo con el oído se llega

a tener fe segura.Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios, nada más verdadero que esta palabra de Verdad.) 



VI EL BANQUETE PASCUAL 


 La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial

en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado

de la comunión en el Cuerpo  y la Sangre del Señor. Pero la celebración

del sacrificio eucarístico está totalmente orientada

hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión.

Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros. 

 El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración

de la Eucaristía,representa los dos aspectos de un mismo misterio:

el altar del sacrificio y la mesa del Señor,

y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo

mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como

la víctima ofrecida por nuestra  reconciliación y como alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo

sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice S. Ambrosio (sacr. 5,7),

y en otro lugar:

"El altar representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está

sobre el altar" (sacr. 4,7). La liturgia expresa esta unidad del sacrificio

y de la comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma

ora en su anáfora: 

Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda

sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición. 



“Tomad y comed todos de él”: la comunión 


 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento

de la Eucaristía:

"En verdad en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre,

y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53). 


 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento 
tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo

del Cuerpo y de la Sangre del Señor.

Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz.

Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe

su propio castigo" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar

en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación

antes de acercarse a comulgar. 


Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente 
las palabras del Centurión (Cf. Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en mi casa,

pero una palabra tuya bastará para sanarme".

En la Liturgia de S. Juan Crisóstomo,los fieles oran

con el mismo espíritu: 

Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios.

Porque no diré el secreto a tus enemigos ni te daré el beso de Judas.

Sino que, como el buen ladrón, te digo:

Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino. 



 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento,

los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia

(Cf. ? CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido)

se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento

en que Cristo se hace nuestro huésped. 



 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles,

con las debidas disposiciones (Cf. ? CIC, can. 916), comulguen cuando participan en la misa (Cf. ? CIC, can 917.

Los fieles, en el mismo día, pueden recibir la Santísima Eucaristía

sólo una segunda vez:

Cf. Pontificia Commissio Codici Iuris Canonici Authentice Interpretando, Responsa ad proposita dubia, 1: AAS 76 (1984) 746): "Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo

los fieles, después de la comunión del sacerdote,del mismo sacrificio,

el cuerpo del Señor" (SC 55). 



 La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta

en la divina liturgia (Cf. OE 15) y a recibir al menos una vez al año

la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual  (Cf. ? CIC, can. 920), preparados por el sacramento de la Reconciliación.

Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días. 



 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una

de las especies, la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que

 se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía.

Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino.

"La comunión tiene una expresión más plena por razón  del signo

cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde

más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico"

(IGMR 240).

Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales. 



Los frutos de la comunión 


 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía

en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice:

"Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre,que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57): 

Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan las arras

de la vida, como cuando el ángel dijo a María de Magdala:

"¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida

y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo

(Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a-b). 



 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal,

la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual.

La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta y renueva

la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística,

pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte,

cuando nos sea dada como viático. 



 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos

en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos

es "derramada por muchos para  el perdón de los pecados".

Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos

al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados:  "Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor"

(1 Co 11,26).

Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón

de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para

el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre

me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre

un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28). 



 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas,

la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende

a debilitarse; y esta caridad vivificada borra  los pecados veniales

(Cf. Cc. de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva

nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados

con las criaturas y de arraigarnos en él: 
Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos

conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga

el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar

por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo... y, llenos

de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios

(S. Fulgencio de Ruspe, Fab. 28,16-19). 



 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de fut
uros 
pecados mortales. Cuanto más participamos

en la vida de Cristo y más progresamos  en su amistad, tanto más difícil

se nos hará romper con él por el pecado mortal.

La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales.

Esto es propio del sacramento de la Reconciliación.

Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están

en plena comunión con la Iglesia. 



 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia.

Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo.

Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo:

la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta

incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo.

En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo

(Cf. 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada:

"El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión

con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con

el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,1617): 
Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto 
sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" (es decir, "sí", "es verdad") a lo que recibís,

con lo que, respondiendo, lo reafirmáis.

Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto,

se tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero (S. Agustín, serm. 272). 



La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres:

Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados

por nosotros debemos reconocer a Cristo  en los más pobres,

sus hermanos (Cf. Mt 25,40): 
Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano.

Deshonras esta mesa,no juzgando digno de compartir tu alimento

al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así,

no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom.

in 1 Co 27,4). 



 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de este misterio,

S. Agustín exclama: "O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!"

("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!",

Ev. Jo. 26,13; Cf. SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir

las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común

en la mesa del Señor, tanto más apremiantes  son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que

creen en él. 


 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran 
la Eucaristía con gran amor. "Mas como estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo,

en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía,

con los que se unen aún más con nosotros con vínculo estrechísimo"

(UR 15).

Una cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía,

"no solamente es posible,sino que se aconseja... en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica"

(UR 15, Cf. ? CIC can. 844,3). 



Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas

de la Iglesia católica,"sobre todo por defecto del sacramento del orden,

no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio

eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin embargo,

estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena

la muerte y la resurrección del Señor, profesan que  en la comunión

de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR 22). 



Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar los sacramentos (eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a cristianos 
que no están en plena comunión

con la Iglesia católica, pero que piden estos sacramentos

con deseo y rectitud: en tal caso se precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos (Cf. ? CIC, can. 844,4). 



  
VII LA EUCARISTÍA, "PIGNUS FUTURAE GLORIAE" 



 En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía:

"O sacrum convivium in quo Christus sumitur. Recolitur memoria passionis eius; mens impletur gratia et futurae

gloriae nobis pignus datur" ("¡Oh sagrado banquete, en que Cristo

es nuestra comida;se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena

de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!"). Si la Eucaristía

es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión

en el altar somos colmados "de toda bendición celestial y gracia"

(MR, Canon Romano 96: "Supplices te rogamus"), la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial. 



 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento 
de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre"

(Mt 26,29; Cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que la Iglesia celebra

la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia

"el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora  su venida:

"Maranatha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que

tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6). 



 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que

está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía "expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi" ("Mientras esperamos

la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo", Embolismo después del Padre Nuestro; Cf. Tt 2,13), pidiendo entrar "en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos  de la plenitud eterna de tu gloria;

allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque,

al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro"

(MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por los difuntos). 



De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva

en los que habitará la justicia (Cf. 2 P 3,13), no tenemos prenda

más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía.

En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza la obra

de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan que es

remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir

en Jesucristo para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2). 









































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CAPÍTULO SEGUNDO 
LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN :

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN 

LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS 

V EL VIÁTICO, ÚLTIMO SACRAMENTO DEL CRISTIANO 

EL SACRAMENTO DEL ORDEN SACERDOTAL

EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO 












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MINISTERIO CATOLICO MISIONERO DE EVANGELIZACION 

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